¨Ree necesitaba inyectarse a menudo sonidos agradables, clavarlos a fondo en el caos constante de gritos y chillidos que la vida cotidiana erigía en su espíritu…¨
Cuantas veces he tenido esta novela en la mano, casi cada vez que me acercaba a la librería la bajaba de la estantería, la ojeaba, la empezaba. Así unos cuantos meses. Tengo que leerla joder.
Y un día estás indeciso entre La lluvia de neón de J.L. Burke y Los huesos del invierno.
Y te decides por Woodrell.
Y te equivocas.
Ree Dolly es una adolescente de apenas dieciséis años, tiene a su cargo a dos hermanos pequeños y a una madre a la que se le ha ido la cabeza y se pasa el día sentada en una mecedora mirando al vacío. Su padre, un cocinero de meta ha desaparecido sin dejar rastro después de ser puesto en libertad bajo fianza después de su última encarcelación. Ree debe encontrar a su padre antes de treinta días o los que han pagado la fianza de su padre se quedaran con la casa y los terrenos en los que viven.
En una comunidad donde todos tiene algún parentesco sanguíneo, donde las leyes viene de los antepasados, donde tienen sus propias leyes, una niña de dieciséis años no lo tiene nada fácil para moverse entre hombres rudos y salvajes, mujeres brutas y frías, un submundo de rencillas, odio y silencio.
Con un argumento cómo el que plantea Woodrell la novela prometía muchísimo, una pequeña sociedad que recuerda a los gitanos, con hombres muy primarios, violentos, oscuros…y por desgracia no hay mucho de eso. O casi nada. La novela empieza con lentitud, Woodrell nos plantea la novela, nos pone el caramelo en la boca y…se duerme en los laureles. La trama no va más allá, Ree se pasa toda la trama de aquí para allá con una parsimonia exasperante, sin que pasen demasiadas cosas interesantes, viendo cómo cae la nieve, cómo sus botas pisan la nieve, reflexionando. Woodrell no imprime ritmo a la novela, ni tensión, ni misterio, sólo la mantiene viva, cómo quien riega una planta, no abre caminos, parece que siga las roderas de los que ya han pasado por allí, no se arriesga, cumple con las normas, rellena espacios, te enseña la zanahoria, pero no hay nada más, no hay premio, es sólo un espejismo.
Woodrell no escarba en la maldad de los personajes, no entreteje una trama potente y dura, nos enseña una oscuridad latente, una oscuridad que se mastica, pero no nos da más, no hace nada joder, parece que en algún momento alguien vaya a estallar de locura o a tomarse la justicia por la mano, o que se avecine una increíble y cruda matanza, y no. Nada. La trama es más bien plana, algo poética, sí, pero fría e impersonal, tanto que el final es bastante predecible.
Además, Woodrell no explota el enorme potencial de los personajes que crea, porque eso si lo hace bien, crea unos personajes potentes, fuertes, creíbles, enormes, y no hace nada con ellos, es desesperante, los hace pasar por las páginas a modo de decoración, sin sacarles todo el potencial que el mismo les ha dado. Ree por ejemplo, es un personaje muy bueno, con mucha fuerza, y la mantiene casi aletargada, quizá no tanto, pero la mantiene a medio gas, sin que tenga ningún momento sobresaliente, sin que nos demuestre todo lo que es. Su tío Lágrimas, otro personaje brutal, al que deja de segundón cuando es un protagonista en toda regla, aunque nos regala un buen par de momentos de locura, algo es algo.
Es una lástima, porque la novela, si no viniera tan bien avalada, con película incluida, si no comparan a Woodrell con Faulkner, ¡Ni más ni menos!, si no nos la vendieran cómo una novela negra sureña incluida en el country noir, y alguna estupidez más, podría funcionar, al menos yo no me habría acercado a ella esperando encontrar a otro Pollock, que es de lo que tiene toda la pinta a primera vista y los leídos todos los comentarios. Puede que el daño hubiese sido menor.
Y lo de novela negra, en fin, dejémoslo.
Los huesos del invierno
Daniel Woodrell
Alba Editorial 2013
213 páginas.