Por Alejandro Ribadeneira
(Publicado originalmente en diario El Comercio, Quito, el 1ro. de abril de 2018)
El lunes 2 de abril se cumplirán 50 años del estreno de una de las películas más influyentes de la historia. Es la obra maestra -y también la más enigmática- de Stanley Kubrick. Foto: outnow.ch
Han pasado cinco décadas desde su estreno y ‘2001: una odisea del espacio’ continúa en la lista de las películas con más reverencias y filosóficas de la historia.
La escena del primate con el hueso y la música de fondo (‘Así hablaba Zaratustra’, de Richard Strauss) forman parte de la cultura popular y han sido referenciadas hasta la saciedad; pero su influencia nos persigue porque, como expresó el crítico Joshua Rothkopf, la película nos deja un oscuro acertijo sobre la humanidad. ¿Qué somos, al final?
Stanley Kubrick fue el director y guionista. Ya disfrutaba de una sólida reputación como fotógrafo y cineasta por ‘La patrulla infernal’ (un alegato antibélico), ‘Lolita’ (el famoso drama erótico del novelista Nabokov) y ‘Espartaco’ (cinta de alto presupuesto sobre el conocido esclavo del Imperio Romano que ganó cuatro premios Oscar). Pero con su Odisea rompió con su pasado y dio inicio a su fase experimental.
Escribió el guion junto a Arthur C. Clarke, autor británico de ciencia ficción y autor de ‘El centinela’, el relato corto en que se basa la película. Curiosamente, Clarke aprovechó esto para escribir la novela paralelamente a la filmación.
Para empezar, el estreno no causó precisamente un apoyo unánime. Los críticos y la audiencia se dividieron entre los que la consideraban una genialidad y los que confesaban que se aburrían a morir.
La extensión de dos horas y media, los constantes simbolismos, el ritmo, el enigmático final y la cascada de detalles no hacen de‘2001: una odisea del espacio’ una película para divertirse, sino para exigirse, para reflexionar. Y por eso mismo es fascinante, porque cada nueva mirada es un descubrimiento. La crítica Kathleen Carroll resalta este aspecto.
La película se divide en tres actos pero lo novedoso no está en esta estructura sino en la relación temporal de los hechos. El primer acto es el llamado “amanecer del hombre”, que muestra a los primeros primates luchando por sobrevivir en un ambiente hostil y descubren que un hueso puede ser una herramienta pero también ¡un arma asesina!
El segundo acto muestra al doctor Heywood Floyd viajando a la Luna para investigar un extraño monolito de origen desconocido. Y el tercero, cuando el astronauta David Bowman viaja hacia Júpiter en una nave controlada por HAL 9000, el supercomputador del lente rojo que termina convertido en el villano, calculador, frío e inquietante.
En cada acto está el monolito, cuya enigmática presencia al parecer altera a los protagonistas. Una lectura más a fondo, pero no la única, está en la evolución. Nunca se aclara qué es exactamente el monolito, si es una alegoría de Dios o un artefacto de extraterrestres, pero su presencia (¿su poder?) genera que la humanidad siga avanzando, aunque no queda claro si ese avance es positivo.
El paso del acto uno al acto dos, es decir, ese hueso que asciende se convierte en un aparato que surca el espacio entre la Tierra y la Luna, es considerado la elipsis más abrupta de la historia del cine. Técnicamente es un ‘flashforward’, un salto al futuro que, desde entonces, es materia inevitable en cualquier cátedra de cine.
Otro aspecto de la película que ha provocado análisis de los académicos es la música. Kubrick acostumbraba a usar música creada especialmente para sus cintas, pero para‘2001: una odisea del espacio’ optó por música ya conocida.
Sí, una paradoja que una película de ciencia ficción y viajes espaciales usara música de compositores del siglo XIX, como Johann Strauss, o de inicios del XX como Richard Strauss; aunque también usó al húngaro György Ligeti (siglo XX), autor de música experimental y de la que se destaca ‘Atmospheres’, pieza consistente en un acorde continuo cuya intensidad aumenta y causa inquietud.
La elección de ‘Así hablaba Zaratustra’ tampoco fue casual.Esa música, inspirada en la obra del filósofo alemán Friedrich Nietzsche y sus reflexiones sobre el hombre, superhombre y la muerte de Dios, se conecta con el espíritu de la película.
Menos filosófico y más artesanal, si se quiere, es el uso de referencias de la cultura, un recurso que ahora es de lo más usado.
Kubrick impulsó el ‘product placement’ al pedir a varias empresas que diseñaran productos futuristas. La cinta está repleta de logos de PanAm, IBM, Bell, American Express (¡la escena en que el personaje deHeywood Floyd paga con una tarjeta en el teléfono es, ahora, impactante!), los hoteles Hilton e incluso la aerolínea soviética Aeroflot. Y esto, lejos de sentirse comercial, le dio un carácter más natural.
Por supuesto, el rubro de la ciencia ficción como tal sufrió un gran impacto con esta película. Antes, era un género subestimado, repleto de marcianitos verdes. Ya existían novelistas alabados como Isaac Asimov que habían desarrollado temas sobre el espacio y la robótica, pero gracias a Kubrick hubo un nuevo punto de vista para que los cineastas pensaran en la ciencia ficción como un género con posibilidades para reflexionar sobre la condición humana.
Es penoso que Kubrick no haya ganado el Oscar a Mejor director, pero se llevó el premio a los efectos especiales. Quizá fue mejor porque su destino era hacernos pensar en otras odiseas.