Revista Diario
Ayer hablaba con unos amigos. No siempre estamos de acuerdo pero ayer sí lo estuvimos. Hablábamos de que, no hace mucho, cuando un piso de una habitación valía 200 mil euros, cuando los bancos daban hipotecas a cualquiera, y les convencían de que pidieran un poquito más para comprarse un coche, en esa época en algunas empresas, sobre todo pequeñas, pasaba una cosa inusual: el trabajo llamaba a tu puerta. Por este motivo, muchas empresas obtuvieron muchos beneficios en esa época y hasta repartieron algunos de ellos entre sus trabajadores (a algunos más que a otros, por supuesto, pero a caballo regalado…). Aprovechando la ocasión, los “jefes de proyecto” (algunos sin personal a cargo, pero jefecillos) de estas empresas pidieron un aumento de sueldo (de los que hacen historia) acorde con el momento de pisos a precios de palacetes, mientras el resto de los trabajadores seguían con sus subidas de IPC o poco más.¿Qué ha ocurrido ahora? Pues que en épocas de vacas flacas, de crisis, esto es insostenible. No se pueden dar sueldos de directivos a 10 personas de una empresa de 25 (es un ejemplo) sólo porque en un momento determinado haya entrado trabajo y se hayan creído que son lo más de lo más. Porque esto es lo que hunde una empresa, entre otras cosas, pero es un principio. Las empresas se encuentran con trabajadores de sueldos muy altos con sueldos muy bajos. Pocos tienen un sueldo medio. Lo mismo que pasa en la sociedad. Los políticos se están empeñando en ahogar la clase media con sus impuestos y sus recortes… hasta que desaparezca. Si la cosa está tan mal que se entra en un expediente de regulación de empleo, se empieza a crear mal rollo, porque hay datos que empiezan a ser transparentes, como los sueldos: “este cobra tanto, y no hace nada…”. El caso más patético, por así decirlo, es aquel o aquella que, no teniendo trabajo, hace más horas de las necesarias: horas presenciales, porque defiende su puesto de trabajo, para ser visto, sobre todo por el jefe, a ver si cae la breva y se le desafecta… Estas horas presenciales pueden incluir hacer la siesta, imprimir cosas personales, hacer recados de 2 horas… Cosas que sólo se pueden permitir en pequeñas empresas con bajo control. En este momento todo vale para poder ser desafectado del expediente de regulación de empleo: aprovecharse de la relación con el jefe para llorarle del bajo poder adquisitivo que se tendrá ahora (sólo de oírlo se me caen las lágrimas…), decir que se va a tope de trabajo, por esto está 12 horas en la empresa… cualquier cosa vale. Pero se olvidan de lo insolidarios que son respecto de sus compañeros y, sobre todo, de la falta de ética, de su egoísmo. En estas épocas es cuando verdaderamente se conocen a las personas. Todo parece de lo más absurdo, pero es así. Están apegados a su puesto de trabajo y lo defienden como sea. Tienen que justificar su inapropiadísimo elevado sueldo. La posibilidad de bajárselo, teniendo en cuenta su “yo lo doy todo por la empresa” … No existe. No importa si la empresa sigue hundiéndose. Y se entran en círculos viciosos: si este no hace nada, yo hago menos, que no me pagan para esto, lo otro o lo de más allá. La apatía aparece con sus grandes alas invadiendo a cada uno de los trabajadores, llevando consigo la falta de motivación y la ley del mínimo esfuerzo. Eso sí, se siguen quejando de la crisis, que no hay trabajo, que los proveedores no pagan… ¿Y si nos esforzáramos un poquito?