Revista Cultura y Ocio
¡Pues mañana os encontraréis con la sorpresa de que he crecido más de diez centímetros! Os lo explico... Con más expectación que nervios y sintiéndome extraña y fuera de lugar, espero impaciente que lleguen las siete de la tarde de mañana. Será mi presentación oficiosa, que no oficial, a la que espero a un puñado de amigos, familiares y compañeros que me acompañarán en tan, casi, angustiosos minutos. Porque este tema, al parecer tan simple y jubiloso, se ha ido complicando por momentos hasta el punto de que, a poco que algo salga bien, será todo un logro. Los problemas empezaron el viernes, cuando a eso de las doce de la noche recibo una llamada que más que inquietante resultó ser funesta, y no porque María José Losada, la persona que iba a presentarme mañana me dijera que no podía venir a Madrid para estar con nosotros en Morocco, sino porque el motivo por el que no estaría presente había alcanzado un cariz más que desafortunado: acaba de caerse cuando iba a comprarse unos zapatos para estar guapa y maravillosa en mi evento -¡cómo si ella necesitara aderezos!- y se había roto el tendón de la rodilla. Por ese motivo, mientras todas estemos riendo y divirtiéndonos, ella estará despertando de una anestesia general en la sala contigua al quirófano donde va a ser intervenida. Desde aquí, Mariajo, toda mi energía positiva. Tu rodilla es, sin duda, mucho más importante que mi novela, así que ánimo, que la operación va a ser un éxito rotundo. Y por ese motivo también, entre mi accidentada presentadora y yo hemos metido en un embolado a una común amiga, que tomará el testigo de la primera y, de paso, el discursito que al parecer ésta había preparado. Se trata de Nieves Calvino, de profesión traductora de literatura romántica -como Mariajo- y webmaster del portal Autoras en la Sombra. Mi más sinceras gracias por el esfuerzo que haces, Nieves, que sé que no es pequeño. Y como Murphy parece ser que está aburrido y me ha tomado a mí como chivo expiatorio contra su tedio, ayer, cuado me dirigía a Morocco -la sala que tan amablemente ha puesto a mi disposición para la fiesta mi gran amigo Juan Antonio Fernández, y al que desde aquí envío un enorme abrazo por su ayuda- me llaman del colegio de mi hijo Javier: se había puesto malito. ¡Vivan las coincidencias! Menos mal que hoy, por aquí anda dando guerra, que ya se sabe, a los niños, en cuanto se les pasa la fiebre son como un grano en cierta parte... Pero ahí no acaba mi rosario de padecimientos casuales -tengo que mirar la alineación de los astros porque seguro que algo anda mal en mi espectro estelar-. Después de organizar que mi marido fuera a recoger al "criaturo", salgo escopetada hacia la reunión con Juan Antonio para coordinar los actos de mañana. Copio en un pendrive una sorpresita que quería mostraros mañana y llego al local con, sólo -todo un milagro-, cinco minutos de retraso, y eso que llovía y la sala está en pleno centro de Madrid, junto a la Gran Vía. Una vez allí, con la ayuda de su encantador hijo, el cantante Juan Dorá, probamos el archivo y, ¡oh!, casualidad de las casualidades, resulta que de mi casa a la calle Marqués de Leganés, después de dos días de arduo trabajo, la maldita sorpresa se ha ido al carajo y no funciona... ¿Pero qué he hecho yo para merecer esto? Además, ni siquiera el ordenador desde el que ha de ser mostrada tiene el programa necesario, grrrrrrrrrrr. Hoy los técnicos informáticos todavía no han corregido ese tema -que lo resolverán, sin duda-, pero afortunadamente, yo he conseguido arreglar el desaguisado; no sin invertir en ello pocas horas de sueño, claro, pero el caso es que ese tema también se ha resuelto. Porque... no vamos a engañarnos, lo peor no son los problemas que el desaprensivo de Murphy pone en nuestro camino, sino no poder solucionarlos y eso, en este caso y gracias a los hados, no ha ocurrido. En resumen, y a la espera de que el señor de las casualidades fije sus objetivos en otro pobre incauto colocado sobre la faz de la tierra, mañana os espero a todos con un cargamento de buenas e inmejorables energías, que parece que yo voy perdiendo las mías en el camino y necesitaré de aporte adicional. Y, los que por los motivos que sean (seguro que importantes todos ellos) no podáis venir, sé que también estaréis enviándome vuestra inyección energética, así que de alguna manera os sentiré junto a mí, sentados en esa mesa que me han colocado encima del escenario. ¡Ay, por Dios, qué vergüenza!