Hablaba el otro día con dos de los acampados en Sol, de los que han estado allí desde el primer día. Se trata de dos jóvenes, uno cercano a los cuarenta, el otro no llega a los treinta. Y el tema que salió era la necesidad de una nueva ley electoral.
Ellos hablaban de esa necesidad de acercarnos a un hombre un voto. No podían entender lo que ocurre con Izquierda Unida o con UPyD. Y decían, con toda la razón, que el egoísmo de los demás partidos habían hecho saltar la norma principal de la democracia y que pudiendo haberlo corregido, no lo han hecho, pues por encima de un principio ético elemental estaban los intereses partidistas.
Naturalmente yo concordaba con ellos. Sin embargo, había un desacuerdo. Uno de ellos es de Teruel, y defendía que la territorialidad es importante, no se puede primar sólo el número de ciudadanos (ahora un voto de un ciudadano de Teruel vale aproximadamente cuatro veces el de uno de Madrid), puesto que si no, no habría solidaridad y las zonas menos pobladas se sentirían discriminadas al no tener voz en el parlamento.
Y es que aquí entra en juego esa cámara territorial que se llama Senado. En ella están representadas todas las provincias, con cuatro senadores cada una. Una representación absolutamente territorial y que no tiene en cuenta la población de las distintas ciudades (solo en el caso de las islas y de Ceuta y Melilla se eligen menos). Por lo que si en el Senado están representados las distintas sensibilidades territoriales, no parece importante que lo estén en el Congreso de Diputados.
Lo que ocurre es que, y éste es el problema, el Senado no sirve tal como está, pues no tiene funciones decisorias. Sus decisiones siempre pueden ser revocadas por el Congreso de Diputados, luego entonces ¿para qué sirve el Senado? En la actualidad, tal como está, para nada. Perdón, sí, sirve para colocar a viejas glorias, a políticos desempleados, todo en manos de los partidos que lo tienen como una cámara inservible para pagar a sus fieles seguidores.
Por lo tanto, llegamos a la conclusión de que la solución sería darle poder al Senado y por otro lado hacer una ley electoral que esté basada fundamentalmente en la premisa democrática por excelencia: “un hombre=un voto”.
Fue una conversación sabrosa de la que saqué el convencimiento de lo que suponía. Los indignados son gente interesada en la Política (con mayúsculas) y están indignados con los políticos que les han engañado y han cercenado esta democracia que les ignora.
Naturalmente, todavía hay gente que piensa que sólo votar una vez cada cuatro años a los partidos es la democracia total, y que este movimiento está lleno de desarrapados, de antisistemas, de gente interesada sólo en destruir, de jóvenes que no saben lo que quieren, y que sólo pretenden montar el follón.
Y esos, los que piensan así, son los que gritaban en Génova, ayer: “Esto es democracia y no la de Sol”. O sea los que ganaron ayer las elecciones. Y luego alguien se preguntará por qué cada vez es mayor la distancia entre los ciudadanos y sus políticos. Agarrémonos que vienen curvas. ¡Oh país!
Salud y República