¡Qué maravilla! ¡Qué placer! Nos encontramos en plena Semana Santa. Y nuestras calles se llenarán de nazarenos, pasos, velos, mantillas, cadenas y saetas. Y al frente de ellos siempre irá el político de turno, ese que de darse golpe de pechos tiene la caja torácica más hundida que el Titanic.
Y no me entiendan ustedes mal. Los católicos, faltaría más, tienen derecho a reunirse, a manifestarse, a cultivar su religión y a celebrar sus fiestas. Eso sí, todo se debe hacer ‘comme il faut’, o sea como dios manda, y nunca mejor dicho. Porque recordarán ustedes que el buen dios dijo aquello de: Al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios. Pues eso, las celebraciones religiosas deben darse al margen del Estado. Recordemos que nuestra Carta Magna habla de aconfesionalidad. Por lo tanto, los que participen que lo hagan como cualquier ciudadano de a pie, sin publicidad, sin alharacas, con discreción.
Y ahí es donde entra la crítica. A mí, francamente, que el Sr. Trillo se vista de nazareno o que la Sra. Cospedal saque su mantilla y su peineta a pasear me la trae al pairo. Otra cosa es que ellos mismos se encarguen de publicitar con ayuda de sus medios afines que el embajador español en Londres o que la presidenta de Castilla-La Mancha encabezan tal o cual procesión como debe hacer un “buen servidor del Estado”. O sea tratar, como es su costumbre, de intentar identificar el Catolicismo con el Estado. Total, seguir defendiendo el Nacional-Catolicismo de tan infausta memoria.
Porque claro, aquí se mezcla el Estado y la Religión, y encima los gastos corren a cargo del contribuyente y ahí están los Rouco y demás jerifaltes católicos frotándose las manos y participando en ritos que pagamos todos, compartamos o no sus creencias.
Y por si fuera poco, además, para celebrar esta semana de pasión, se otorgan indultos a presos convictos, a petición de las diversas Hermandades y Cofradías católicas que participan en los actos de la Semana.
A mí, que los indultos me parecen algo arcaico y reaccionario, si encima los mezclan con la fe y la religión, me parece que se produce un cóctel molotov troglodita, incapaz de pasar cualquier filtro democrático.
Ya de por sí, los indultos son una alteración del Estado de derecho, de la democracia, puesto que significa la injerencia injustificada del poder ejecutivo sobre el judicial –qué diría Montesquieu si levantara la cabeza—, si además le añadimos el componente católico es para llorar.
Total que a un preso convicto, con sentencia firme, con todos los recursos judiciales agotados, va un ministrillo y por el artículo 33, o sea porque le sale de ahí, le indulta y se pasa por su forro las decisiones del poder judicial. Si encima esto además viene porque en nombre de una religión alguien pide esos indultos, la cosa ya es de juzgado de guardia.
Este año el Faraón Gallardón ya ha concedido, a petición religiosa, 29 indultos. O sea 29 decisiones judiciales revocadas. Y además, para colmo, entre ellas está la de un director de banco que se apropió de 30.000 euros de uno de sus clientes.
En fin, se conceden indultos –yendo contra los principios democráticos—, a petición de organizaciones religiosas –saltándose la aconfesionalidad del Estado—, y además se hace de forma indiscriminada –indultando a un señor que ha robado a sus clientes—. ¿Hay quien dé más? Seguro que sí, basta esperar el siguiente capítulo, porque lo que no cabe duda es que cada día este gobierno se supera llegando a hacer válida aquella premisa circense del “más difícil todavía”.
Salud y República