Cuando sabemos que, al menos, uno de cada cuatro o cinco líderes de Batasuna es confidente de la policía o de la guardia civil, tenemos la malsana curiosidad de descubrirlos.
Escrutamos sus rostros en las tribunas donde apriscan, tan iracundos, tan llenos de odio.
E imaginamos: ¿cómo pueden disimular que son policías aquellos que gritan tanto, y los otros, que le pegan a la gente, aunque dicen que apalizar contribuye al orden público?. ¿Cuántos etarras enmascarados que queman banderas españolas esconden micrófonos y artilugios secretos?.
¿Y si fuera Otegui, contratado cuando estuvo en la cárcel, el encargado de destruir poco a poco el partido, lo que está consiguiendo?; no sería extraño: hasta Fidel Castro está rodeado por la traición, y el compañero Robertico Robaina, su joven exministro de Exteriores, se dejó corromper por su excolega y empresario español, Abel Matutes.
Joseba Permarch parece policía nacional, mientras que para guardias civiles o gendarmes franceses, Ziluaga y el bigotudo Idígoras son ideales; porque también hay Gendarmerie infiltrada, y a saber cuántos de esos líderes sirven a París.
Erquicia y Solabarría podrían estar más cerca del antiguo CSID; seguro que lo sabe Perote, muy suelto de lengua, pero que nunca dio nombres de sus agentes en Batasuna y Eta.
Cualquiera es sospechoso, y aunque sería loco pensar que todos son policías, lo cierto es que muchos, que son seguidos por mesnadas que los toman por héroes, cobran buenas soldadas en paraísos fiscales.