Todo empezó cuando en septiembre del año pasado fui invitada a participar en una ceremonia de cacao de unas abuelas mayas de Guatemala en la ciudad de Bristol. También me pidieron traducir en una charla para mujeres que daban justo antes de la ceremonia de cacao y en algunas sesiones individuales de sanación que darían al día siguiente. Yo no me lo pensé dos veces y fui, algo me decía que tenía que estar allí. Guatemala era un país que hacía mucho tiempo quería visitar pero lo había ido aplazando durante años, y tener la oportunidad de conocer mujeres mayas de allí, me pareció una gran oportunidad.
La charla de mujeres que estuve traduciendo me encantó, todo lo que explicaron sobre el cacao y su importancia en la cultura maya. También hablaron de cuidados y remedios naturales para el ciclo menstrual y el embarazo. La ceremonia de cacao que vino después fue muy potente. La sala estaba llena, seguro que había más de cien personas. Cuando tomamos el cacao y las mujeres hicieron sus rezos y canciones, sentí una energía muy potente y mi cuerpo vibraba. Todo mi ser me decía, tienes que ir a Guatemala lo antes posible, no aplaces más este viaje. Cuatro meses después estaba en un avión rumbo a Guatemala.
Tengo que confesar que el tiempo previo a mi viaje no fue nada fácil. Hacía mucho tiempo que no viajaba sola a tierras lejanas y me producía mucha ansiedad hacerlo otra vez. Estuve a punto de hacerlo tres años antes con un viaje a Perú, país que ya había visitado antes pero al que anhelaba volver, pero que se canceló a causa de la pandemia. Después vinieron dos años de incertidumbre y caos en los que no sabía si viajar a tierras lejanas volvería a ser posible para mi. Pasé gran parte de ese tiempo viviendo en zonas rurales de España y las ganas de viajar lejos se fueron empañando por el miedo de toda la locura que agitaba al mundo. Cuando esto fue pasando y viajar sin restricciones parecía volver a ser posible, empecé a pensar que mejor no aplazar más los viajes pendientes. Pero en lugar de retomar ese viaje a Perú, me decidí por un nuevo destino.
Claro que cuando empecé a preparar el viaje, pensé que sería una pena no aprovechar la oportunidad para visitar el país vecino, al que ya visité años antes pero por poco tiempo. Hacer un vuelo tan largo y caro para un sólo país y por poco tiempo no va con mi filosofía viajera. Sólo lo hice en aquella ocasión porque era un viaje familiar y no podía hacer lo que quisiera. Entonces pensé que una de las regiones que más me gustaría visitar si volvía un día era Chiapas, y por suerte quedaba muy cerca de Guatemala. Así que decidido, mi viaje sería a Guatemala y México para un total de 3 meses, con el objetivo principal de explorar las tierras mayas de ambos países. Empecé a buscar vuelos y transporte terrestre para viajar entre los dos países, decidí fechas y me puse a investigar sobre los lugares que quería visitar.
Una de las cosas que sabía seguro que quería hacer era asistir a las ceremonias del Wayeb que tendrían lugar en el mes de febrero. Las abuelas mayas que vinieron a Bristol me dijeron que recibirían a un grupo internacional durante la semana del Wayeb y yo decidí reservar mi plaza para participar. El Wayeb son los últimos cinco días del año en el calendario maya y no están dentro de ningún mes, justo antes de empezar el nuevo año. Se dedican a la reflexión de todo lo vivido en el año y se hacen ceremonias con ofrendas, purificación y sanación. Es para dejar ir todo lo viejo y soltar lo que ya no queremos ser para así prepararnos para recibir el nuevo año con nuevas energías. Era justo lo que necesitaba para lo que estaba viviendo en mi vida y qué mejor sitio para hacerlo que las poderosas tierras mayas de Guatemala.
Esto iba a tener lugar en el Lago Atitlán, lugar muy especial del país, y con una energía única en el mundo. Decidí que pasaría la mayor parte de mi tiempo en Guatemala en esta zona, viviendo en distintos pueblos del lago. También intentaría visitar algunas antiguas ciudades mayas como Tikal y otros sitios del país. Pero no podía estar de vacaciones tanto tiempo así que seguiría trabajando durante mi viaje, tanto con mis clases de español online como con mi terapia de sonido y flauta nativa de forma presencial. Para poder hacer mi trabajo tenía que llevar mi portátil y varios de mis instrumentos, lo que incrementaba el peso de mi equipaje.
El siguiente paso era decirle a mi familia sobre el viaje que estaba preparando, algo que tardé bastante en decir y no contando muchos detalles para no preocuparles. Mi madre no paraba de decirme que por qué había elegido un país como Guatemala que tiene fama de ser peligroso, que me podría ir a un sitio más seguro y cercano. El miedo que mi madre estaba poniendo sobre mi no ayudaba pero yo lo tenía claro, me iba a Guatemala sí o sí. Pocos días antes de mi vuelo, una amiga inglesa que estaba pensando en venir conmigo me llamó y me dijo que decidió que venía. Se compró un billete en el mismo vuelo que yo y eso me tranquilizó pues ya no iría sola.
El día de mi vuelo fue un estrés y estaba tan agotada que estuve muy a punto de cancelarlo todo y no ir. Los preparativos parecían no terminar nunca y no tuve ni tiempo de desayunar. Tenía que estar en el aeropuerto a la 1 de la tarde y yo sentía que el tiempo se me escapaba de las manos. Había dormido pocas horas la noche anterior y estaba medio mareada. Hubiera dado lo que fuera por tener un día más para prepararme. Por si fuera poco recibí un mensaje de mi amiga devastador. Había perdido el vuelo de Londres a Madrid con lo cual ya no llegaba al vuelo de Guatemala. Por ello tuvo que comprarse un nuevo billete de avión para ir al día siguiente. Eso implicó que gran parte de sus ahorros se fueron en la compra del nuevo billete (que por supuesto era más caro que el primero que compró) y ya casi no le quedaba dinero para su estancia en Guatemala. Eso también implicó que tendría que viajar sola hasta Guatemala, lo cual acrecentó mi ansiedad. Parece que estaba destinada a volar sola hasta allí, me tocaba pasar esa prueba. Corría contra reloj para terminar de prepararlo todo y a la vez todo mi cuerpo deseaba no ir. Estaba agotada, a cero de energía, medio descompuesta de la tripa por los nervios, y con ninguna gana de embarcarme yo sola en un largo vuelo transoceánico con escala.
A pesar de que pensaba que llegaría tarde, al final hasta me sobró tiempo. Por suerte no tardé mucho en facturar. En la facturación cuando vieron que mi billete de vuelta era de México a España me preguntaron si tenía un transporte reservado para ir de Guatemala a México. Les dije que no porque no sabía todavía en qué fecha lo haría y que pensé que no hacía falta porque iba a salir de Guatemala antes de los 3 meses que es el máximo que puedes estar como turista. Me dijeron que me podrían exigir algo que demostrara que salía de Guatemala cuando entrara en el país. Por si no estuviera bastante estresada, ahora esto, y encima mi madre se acababa de enterar que me iba 3 meses y también iba a estar en México (yo le había dicho que sólo iba un mes a Guatemala y en un viaje de grupo, para que no se preocupara). En fin, la señora me dijo que no me debería dejar volar en esta situación pero al final me dejó y me dijo que intentara reservar algo antes de llegar a Guatemala. La cara de mi madre no podía ocultar su preocupación y desconcierto, yo le prometí que lo solucionaría y que no debía preocuparse. Por suerte, mientras esperaba a embarcar, conseguí una reserva de ficticia de una agencia que hacía el trayecto de autobús del Lago Atitlán a Chiapas. Hasta que no embarqué y me senté en mi asiento no me pude relajar. Poco a poco fui calmándome durante el vuelo, aunque todos los nervios pre-viaje luego me pasarían factura.
Hicimos escala en el aeropuerto de Panamá, y mientras esperaba mi segundo vuelo, empecé a sentirme mal de la tripa. Ya en el vuelo, los dolores fueron a más y acabé yendo al baño varias veces con diarrea. Vaya, no había empezado el viaje y ya estaba así, pero esto no era una intoxicación alimentaria, eran las consecuencias de todos los nervios previos al viaje, el estrés de los preparativos y la falta de descanso. Me preguntaba por qué no hice caso a mi cuerpo y me quedé en casa de mis padres, por qué cogí un vuelo si no estaba en condiciones para viajar. Y por si esto no fuera suficiente, no tenía alojamiento reservado al llegar a Guatemala. Llegaba a las 23 horas y pensaba pasar la noche en el aeropuerto pero no sabía dónde ni si permanecería abierto. De sólo pensarlo me entraba angustia, y yo sola en ese vuelo, poco me faltó para ponerme a llorar. Me dije a mi misma que tan pronto como llegara compraría un vuelo para volver a Madrid pues yo no estaba en condiciones para viajar. Desde luego que no había empezado con buen pie esta aventura y por lo pronto no parecía muy prometedora. De momento os dejo con la intriga de qué pasó. En el siguiente post lo revelo y os sorprenderéis del giro que dio la historia.