Parece como ocioso recordar que todos somos inmigrantes. Claro que hay que volver la vista bastante atrás, pero, total hace 400.000 años aquí no había nadie. Fuimos viniendo poco a poco. Los libros de historia que estudié de pequeños hacía escasa referencia a la prehistoria. Daba por sentado que los habitantes de esta parte del mundo “ya estaban aquí” y que luego vinieron los Iberos por el sur y los Celtas por el norte. Y luego “vinieron” los fenicios, los griegos, los cartagineses, los romanos, los visigodos, los suevos, los vándalos y los alanos. Y después los árabes (y los moros, almohades, almorávides y benimerines). Y que después se les echó (?) y aquí se quedaron “los de siempre”. Lo que no fue óbice para que los monarcas fueran extranjeros (Carlos I nació en Flandes y no hablaba español, Felipe V era francés, y el más reciente JuanCarlos I nació en Roma y se educó en Portugal) y sucesivas llegadas de ciudadanos nacidos en otros lugares y otras culturas: japoneses en Sevilla (siglo XVI), austriacos e italianos en Madrid, holandeses y alemanes en La Carolina o en San Carles de la Rápita. En las zonas más abiertas o próximas a las fronteras, siempre imprecisas, recogemos en los apellidos orígenes foráneos: Anglés, Francés, Alemany, Moro, Milanés, etc.
Y los nacidos aquí emigraron a millones a América (antes) y a Europa (hace 40 años) en busca de una vida mejor.
Todos somos emigrantes/inmigrantes.
Claro que la llegada de varios millones de personas procedentes de países de fuera de la Unión Europea en un período de tiempo históricamente breve, unos 10 años, ha producido crujidos en la trama social al competir con la población autóctona por puestos de trabajo y servicios.
En un ámbito donde esos crujidos se oyen es en los servicios sanitarios. Como suele ser habitual, la anécdota adquiere pronto categoria de realidad cuando se observa de cerca.
No toca aquí glosar los beneficios y/o los costes de la reciente oleada migratoria en España, por más que los analistas económicos la califican de beneficiosa en general. Pero si salir un poco al paso de la creencia de que los ciudadanos recién llegados generan problemas de salud y consumen más recursos que la población autóctona.
Simplemente, no es cierto. La patología importada se mantiene en mínimos y hay evidencia publicada de que consumen menos recetas y menos servicios. También conviene escuchar a Arcadi Oliveras y sus reflexiones y denuncias
X. Allué (Editor)