Por Hogaradas
Los observo desde dentro. Rińen. Hace poco tiempo que los veo juntos, él no lleva demasiado tiempo separado de la que hasta entonces era su mujer, la madre de sus hijos. A ella no la conozco, pero curiosamente, y como en tantas otras ocasiones, es casi un calco de la anterior pareja de quien ahora mismo la acompańa.
La terraza está llena de gente, el buen tiempo lo permite y eso hace que buscar un poco de intimidad sea totalmente imposible. A su lado un nińo, el hijo de él, con la ingenuidad de quien todavía disfruta con un chupete, y tragándose, qué pena, una discusión a la que creo no debería haber sido invitado.
No sé de qué hablan, tampoco me interesa, imagino que será una rińa como la que todos tenemos en un determinado momento, aunque voy percibiendo en los gestos de ella una intensidad que me hace pensar que quizás esté equivocada.
Hace calor y la casualidad quiere que la mesa que está al lado de la suya quede libre, por lo que no dudamos en ocuparla, deseosos como estamos de disfrutar de este caluroso y agradable sábado otońal.
La intensidad de la discusión no decrece, al contrario, por momentos aumenta. No entiendo que ciertas cuestiones deban dirimirse en la terraza de un bar, al oído de todos, en presencia de quien, por su corta edad, no debería estar asistiendo a semejante capítulo, sino disfrutando, como el nińo que es, de los juegos y de esta mańana otońal que nunca más volverá a repetirse.
Los reproches nos llegan queramos o no, tal es el volumen de sus palabras, y al final, como siempre, tras el monumental enfado de su padre, quien acaba pagando los platos rotos es quien con su pequeńo chupete blanco solamente intenta disfrutar de su tiempo de nińez y ser feliz.
No hay empatía entre ella y el pequeńo, ni a sabiendas de que es su encendido discurso es el que está provocando que su padre descargue sus iras contra él, el más débil, el más desvalido.
Escucho algunas de sus palabras, es imposible no hacerlo dado el tono que está adquiriendo la conversación, y entre líneas consigo quedarme con el motivo de semejante discusión, pero no lo entiendo. No la entiendo a ella, sí a él, y siento una enorme lástima del pequeńo, reclamando a su padre, inmerso en una discusión que creo no les llevará a ningún lugar, al menos no a ese en el que debe discurrir la vida en pareja.
La vida no es fácil, pero cuando somos adultos, muchas veces tenemos el poder de decidir qué camino tomar, y sobre todo, sea cual sea nuestra decisión tenemos la obligación de asumir las consecuencias de la misma. Creo que en este caso, ella, no ha elegido el camino adecuado, a sabiendas de lo que iba a encontrarse, y no ha sabido encarar los obstáculos, que eran evidentes, iba a encontrarse a su paso.
Me pareció un espectáculo penoso, porque hay ciertos asuntos que no son para dirimir de cara al público en una terraza, pero sobre todo, porque sentí mucha pena de ese pequeńo, que sin despegarse de su chupete, solamente consiguió recibir las iras de un padre acalorado.