¿No te ha pasado nunca que te quedas como apagado y así es como quieres estar? La vida sigue y tu ritmo es infinitamente más lento, tranquilo y espaciado. No es que quieras dejar de hacer las cosas, pero lo que quieres hacer es mucho más… interno.
Creo que estoy en un momento así y que no lo he querido reconocer antes. He alejado a mis amigas íntimas de mí y ahora parecen completas desconocidas. Ahora hasta yo soy una desconocida para mí misma. Curiosamente con mis hijos he estado más conectada que en otras etapas. Es como que he querido volver a mí y solo yo, con mis pequeñas personitas a mi alrededor siendo para mí.
Esto me recuerda lo cíclica que es la vida. Todo se va para volver y estos inviernos se van también y vuelven. Y creo que pueden ser algo maravilloso si sabes gestionarlo, pero nadie nos enseña a hacerlo porque no todos nos gestionamos igual en las mismas circunstancias.
Yo lo veo en las plantas. Las plantas, para germinar, necesitan pasar un periodo de frío (cuyas semillas se caen en otoño y germinan en primavera, necesitan pasar por un periodo de congelación para nacer). No es así en todas las plantas, no es así en todos los rincones del mundo, pero hay plantas que sí. Que necesitan congelarse para permitirse nacer o para nacer con fuerza. Sus hojas e hijos (semillas) se caen todos los otoños tras un fructífero año de primavera y verano con luz para darles fuerza. Y esas mismas plantas se quedan vacías, con toda su energía regada por ahí para que se generen más plantas y sin fuerzas hasta que vuelva la luz. Pero reservándose para renacer más fuertes.
Creo que estoy en ese punto, hoy que es el cumpleaños de Mayor, me siento un poquito más viva que ayer. Cansada y agotada, un poquito ansiosa por el día que nos espera, pero con ganas e ilusión por ver su cara al recibir los regalos.
Y el día me ha regalado un precioso arcoíris enorme y claro para recordar que se acerca la primavera, que detrás de las grandes tormentas, siempre salen los arcoiris.