Revista Educación

Los invisibles

Por Siempreenmedio @Siempreblog

La BBC emitió hace unos años un documental en el que dos jóvenes que rondaban la treintena, Karoline y Nick, eran transfigurados en personas mayores; y durante un mes vivieron buena parte de su tiempo con dicha apariencia, relacionándose con el mundo que les rodeaba. Al término de la engañifa, ambos coincidían en un asunto: la ‘invisibilidad’ que implica ser mayor.

Hablábamos esta semana de este experimento televisivo con una persona que cuenta 70 y pico años, quien insistía e insistía en dicha condición de invisibilidad: “Ven, es lo primero que dicen; es que es una cosa terrible; cuando te haces viejo te vuelves transparente para todo el mundo”. “¿Cómo va a ser eso?”, me atreví a objetarle, “si alguien mayor es muy importante, sobre todo para sus familias”. “Sí”, me replicó, “pero eres igualmente invisible, es terrorífico, ya me contarán en 30 años”, retaba al auditorio de veinteañeros y treintones que le rodeábamos, mientras bajaba la cabeza con los ojos ya casi rayados, según pude advertir con cierta turbación.

Los invisibles foto - Fuente original Pixabay

Un señor en un banco (Imagen: Pixabay)

Durante todo ese día estuve a ratos pensando en ello; tratando de analizar mi relación con las personas mayores que están o han estado en mi entorno, en mi familia, en mi vecindario; y no advertí nada extraño que corroborara la hipótesis de la invisibilidad.

Pero hete ahí que esa misma noche TVE emitía un amplio reportaje titulado algo así como ‘Eternamente joven’, en el que se referían los múltiples ardides de que somos capaces los humanos que poblamos la zona menos desfavorecida del planeta para no sucumbir al paso del tiempo: estrambóticas cirugías, terapias, mejunjes…

Reparé entonces en que todas estas argucias tenían un principal y evidente punto en común: la lucha contra la invisibilidad; pues sus protagonistas, muchos de ellos adultos y peinando canas, pretendían como principal objetivo tener un mejor aspecto, casi siempre con la cara como diana, como objeto de culto o frustración. En ese momento lo supe: era cierto, la invisibilidad de los mayores existe.

Mas creo que no es una condición achacable a quienes la sufren: al contrario, somos el resto los que creamos dicha invisibilidad con nuestra ladina ceguera hacia la vejez, los incapaces de asumir sin infantilismos el paso del tiempo, los incapaces de advertir cuánto daño innecesario generan los mercantilizados estereotipos de apariencia que hemos asumido como naturales.

Un daño que ya padecemos. La única diferencia es que los viejos son lo suficientemente sensibles —llámalo sabios— para darse cuenta de su inutilidad, para experimentar y comprender la insana soledad que propaga.


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