Las semillas deben ser dispersadas lejos de la planta madre para asegurarse su futuro. De esta forma evitan la competencia por la luz y los nutrientes y aumentan sus posibilidades de sobrevivir. Para conseguir este objetivo se sirven de varios medios siendo los tres principales el aire, el viento y la ayuda de los animales.
En el caso de las dispersión por los animales o zoocoria, son muchas especies de plantas las que dependen casi exclusivamente de sus potenciales depredadores para dispersar sus semillas. Aunque pueda parecer una paradoja, una semilla sabrosa y apetitosa tiene más posibilidades de ser dispersada que una que no lo sea. Se trata de un claro ejemplo de mutualismo, en el que los dos miembros de esta relación salen beneficiados. De todas formas, hay otros casos, por ejemplo el de algunas plantas que producen semillas recubiertas de ganchos o espinas y se dispersan pasivamente al engancharse al pelo de algunos animales, en las que el portador no obtiene ningún beneficio.
Las plantas usan distintas estrategias para dispersarse gracias a los animales. Algunas encierran sus semillas dentro de una envoltura carnosa, de forma que cuando ese fruto apetitoso es consumido, las semillas pasan al tracto digestivo de los animales y son expulsadas con los excrementos, normalmente a gran distancia de donde fueron consumidas. De hecho, para algunas semillas es necesario este tránsito intestinal para poder germinar.
Otras semillas, por ejemplo, las bellotas de robles y encinas, no están rodeadas de un fruto carnoso y para dispersarse cuentan con la capacidad de algunos animales para almacenar los excedentes. Evidentemente, muchas semillas serán consumidas y por lo tanto nunca podrán dar lugar a una nueva planta, pero el hecho de que la producción esté concentrada en unas pocas semanas al año, hace que muchos animales que se alimentan de ellas no sean capaces de consumirlas todas en el momento y prefieran almacenar una parte para comerlas en los siguiente meses.
Si observamos a una ardilla en plena época de producción de semillas, veremos como una vez que encuentra alguna es probable que se la coma en el sitio, pero si hay muchas y ya está saciada, seguirá recogiéndolas, pero en vez de comérselas las transportará, escavará un agujero en el suelo y las enterrará. En unas pocas semanas, una sola ardilla puede enterrar varios cientos de bellotas y recordará el sitio donde enterró muchas de ellas, pero otras muchas no las recogerá nunca, ya sea porque se olvidó del lugar exacto donde estaban o porque no las necesitó.
Pero si hay una especie que se caracteriza por su capacidad de almacenar semillas, una capacidad que puede llegar al grado de obsesión, ya que se ha observado que si no las encuentra es capaz de transportar y esconder piedras con tal de "quitarse el mono" (Clayton et al., 2014), ese es el arrendajo (Garrulus glandarius) o glayu como lo llamamos en Asturies. En una sola temporada, un sólo arrendajo es capaz de almacenar entre 4000 y 5000 bellotas (Vázquez, 1997), algunas de las cuales son transportadas a más de 6 kilómetros del árbol que las produjo.
Las bellotas almacenadas durante el otoño, son consumidas durante el invierno, pero incluso son usadas para alimentar a los pollos en primavera e incluso pueden ayudar a los jóvenes a subsistir durante su primer año de vida. Pero como he comentado en el caso de las ardillas, muchas de las bellotas enterradas por los arrendajos no serán consumidas y acabarán germinando dando lugar a nuevos árboles.
En la Península Ibérica se considera que el arrendajo es el es dispersante más frecuente y efectivo de los robles, los alcornoques y las encinas, y su importancia para estas especies es tan grande que algunos autores han sugerido que el arrendajo y otras especies afines podrían ser los agentes causantes de la rápida expansión de este grupo tras la última glaciación (Johnson y Webb, 1989).
Curiosamente, esta especie, al igual que otros córvidos y otros importantes dispersores de semillas como varias especies de zorzales, no tienen ningún tipo de protección legal y muchos miles de ellos son matados todos los años por cazadores y escopeteros.
Cada vez resulta más evidente que la conservación de la naturaleza no depende tan solo de la protección de unas determinadas especies, sino de la de los ecosistemas en su conjunto. De poco servirá proteger los robledales, los acebos o los tejos, si no protegemos a aquellas especies que se encargan de dispersar sus semillas.
Referencias
- Clayton, N.S., Griffiths, D., Bennett, A.T.D. (1994). Storage of stones by jays Garrulus glandarius. Ibis, 136: 331-334.
- Johnson, W.C., Webb, T. (1989). The role of blue jays (Cyanocitta cristata L.) in the postglacial dispersal of fagaceous trees in eastern North America. Journal of Biogeography, 16: 561–571.
- Vázquez, X. (1997). El Arrendajo. Pp: 474-475. En: Purroy, F.J. (Ed.). Atlas de las Aves de España (1975-1995). Seo/BirdLife – Linx Ediciones, Barcelona.