Tras ser detenidos en El Alamein, la situación de los soldados alemanes e italianos se complicó. En el ejército británico, el general Auchinleck fue sustituido por un carismático general Bernard L. Montgomery. El nuevo comandante del 8º Ejército preparaba una ofensiva en El Alamein para dar el golpe de gracia al Afrika Korps de Rommel.
Con la Royal Navy dominando los mares y la Royal Air Force haciéndose con la supremacía aérea, los británicos causaban estragos en los convoyes de aprovisionamientos del Eje. Por su parte, Montgomery había acumulado numerosos refuerzos, armas, tanques y suministros para su gran ofensiva en El Alamein.
Viéndose en una situación de inferioridad numérica, el mariscal de campo Rommel pasó a asumir una estrategia defensiva. Así pues, para contener la avalancha del 8º Ejército, dispuso grandes campos minados conocidos como "jardines del diablo".
Para los zapadores alemanes el modo de hacer la guerra cambió considerablemente al llegar al norte de África. Precisamente el desierto presentaba un escenario ideal para la guerra de minas. Pese a que el protagonismo fue acaparado por las tripulaciones de blindados y por la infantería, la guerra en África no puede entenderse sin los zapadores del Afrika Korps, dirigidos por el coronel Hecker. Entre estas unidades cabe destacar a los batallones de zapadores 200, 220 y 900.
Además de los campos de minas convencionales, se sembraron nuevas extensiones de terreno minado, verdaderas trampas explosivas. El entramado defensivo del Eje era una auténtica tela de araña de minas y alambre de espino. Se colocaron alrededor de medio millón de minas para frenar a las fuerzas británicas y de la Commonwealth.
El mariscal Rommel se ocupó de proporcionar a sus tropas todo lo necesario para erigir impenetrables campos de minas. Así, el Afrika Korps recibió numerosos postes de hierro y alambradas para formar unas mortíferas trampas que adquirían forma de U.
Eran multitud de artefactos explosivos los que podían encontrarse en los jardines del diablo. Las minas en forma de plato se dispusieron en tres pisos, de tal manera que, si los británicos desconectaban la primera mina, estallaría la segunda, mientras que, si lograba desactivar la segunda, la tercera terminaría por explotar. En conclusión, una trampa de lo más maquiavélica.
Incluso las granadas de mano italianas fueron sembradas en los jardines del diablo, actuando a modo de minas antipersonas. Ahora bien, especialmente peligrosas resultaban las bombas de aviación. Estamos hablando de bombas de nada más y nada menos que de 100 kilos y de 500 kilos. Estos artefactos se disponían ocultos entre los restos de los vehículos y si se accionaban los alambres unidos a ellas, hacían explosión.
Incluso las tropas que servían en las divisiones acorazadas tenían mucho que temer, pues si pasaban por encima de un poste, podían accionar una carga explosiva capaz de hacer volar por los aires un carro de combate.
No cabe duda de que los zapadores alemanes trabajaron incansablemente, día y noche, para tener a punto los monstruosos campos de minas que debían detener al 8º Ejército británico. De hecho, el propio Rommel inspeccionó personalmente los trabajos de minado en compañía del coronel Hecker, quien le explicaba con todo detalle los esfuerzos de sus zapadores.
Sin duda, los zapadores del Afrika Korps se enfrentaron a unas labores muy peligrosas. Así, los zapadores de Hecker se acercaban al terreno en cuestión con cautela. Una vez llegados al área de operaciones, descendían de sus vehículos mientras una unidad de ametralladoras les proporcionaba escolta.
El trabajo se dividía de la siguiente manera. El primer grupo descargaba las temidas minas de los vehículos, el segundo se encargaba de sembrar las minas y, a continuación, el tercero se encargaba de taparlas. Por último, había que activar las minas. Ahora bien, la colocación de estas minas debía ser lo más precisa posible, de tal manera que se ajustase a la perfección a lo indicado en los mapas.
Y para que la defensa fuese efectiva, tras los jardines del diablo aguardaba la infantería atrincherada. Entre estos campos de muerte, quedaban pequeños espacios que fueron cubiertos por minas T y S. Tan solo pequeños senderos permitían a las compañías alemanas comunicarse entre sí.
David López Cabia
Para saber más:
Afrika Korps, de Paul Carell
El Alamein, de Jon Latimer