Algunos dicen que la crisis es tiempo de oportunidades. Nada, no hagan ni caso. Todo mentira. Las verdaderas oportunidades se dan en tiempos de bonanza. Cuando la economía crece, las instituciones funcionan y la gente paga bien sus facturas, es el momento de hacer buenos negocios, de crear riqueza. Por el contrario, ahora, en momentos de recesión, lo que toca es otra cosa. Ahora toca aguantar el tipo, mantener los compromisos y actuar para que vengan tiempos mejores. No esperar a que vengan tiempos mejores. No. Y menos de brazos cruzados. Sino trabajar todos juntos para que lleguen lo más pronto posible.
A todos nos va mucho en este intento de salir de la crisis. Yo estoy seguro, además, de que lo vamos a conseguir. Tenemos muchas cosas a favor. Una de ellas, y no de las peores, es que estamos todos interesados en lo mismo. Ricos y pobres, gobernantes y gobernados, jefes y empleados; todos queremos salir de ésta.
Nadie puede ser libre si no es en una sociedad de personas libres. Y nadie puede prosperar si no es en una sociedad económicamente próspera. El resto es una trampa. Lo de que los ricos son más ricos gracias a que los pobres son más pobres es una chorrada. No tiene ningún fundamento estadístico. Ninguno. Y, además, todo lo que está pasando ahora viene a corroborarlo: todos somos un poco más pobres y, por eso, los muy ricos están siendo bastante menos ricos.
El objetivo, entonces, está claro: salir de ésta. Lo que no está tan claro es cómo. Ahí empiezan las diferencias. Y ahí es donde cualquier idea que nos ayude a ahorrar, a generar riqueza, o a mantener los puestos de trabajo, debe ser bienvenida. No va a ser fácil. Desde el sofá de casa, en la peluquería o echando la partida, todos tenemos ideas geniales. Pero una cosa es teorizar sin correr ningún riesgo y otra, muy distinta, convertir nuestras ocurrencias en planes aplicables a la realidad, atreverse a transmitirlos de manera adecuada y arriesgarse a ponerlos en práctica.
La sensación general que tienen muchos trabajadores es que sus jefes no saben escuchar, que se meten en una sala a discutir durante horas, pero que no pierden ni cinco minutos en conocer la opinión de sus propios empleados. Y tienen razón, tienen toda la razón. Las mejores ideas vienen siempre de dentro y si los trabajadores se atrevieran a explicar sus proyectos a los jefes y los jefes supieran atender las sugerencias de sus empleados, a todos nos iría mucho mejor.
No sé muy bien de quién es la culpa. Pero, como empresario, déjenme darles un consejo: si tienen una idea, trabájenla, organícenla en la cabeza, en un papel o en una hoja de cálculo. Evalúen los pros y los contras, tradúzcanla a números o proyéctenla a futuro. Da igual, hagan lo que sea, pero trabájenla un poco. Y, después, explíquensela a sus jefes. Pero sólo después de haberla trabajado, nunca antes. Y, sobre todo, comprométanse a llevarla a la práctica. Da igual que sea una idea revolucionaria o una sencilla propuesta de mejora. Lo importante es que sea coherente, que tenga principio y fin y que el esfuerzo empiece por ustedes mismos. Vamos, que no sea un brindis al sol tipo: «hay que ahorrar papel», sino, más bien, algo más parecido a: «podemos ahorrar un paquete de folios al mes si hacemos los registros de entrada de esta otra manera». Anímense a hacerlo, ya verán como funciona.
Autor Inaciu Iglesias
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