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Por Cristina Calvo*
Durante 2010, una parte de la ciudadanía altamente comprometida en un aporte positivo a la sociedad, la encontré en los jóvenes.
En los espacios en los que actúo, a nivel nacional e internacional -universidades, formación de militantes políticos, investigación de nuevos paradigmas en economía, liderazgo social-, constato la realidad de un creciente número de jóvenes que trabajan en temas de la agenda pública, buscando una incidencia transformadora, dialoguista y democrática.
Siempre que nos referimos a la categoría de sociedad civil y ciudadanía sabemos que no nos estamos refiriendo a un sujeto homogéneo, sino aún más a un ámbito de demandas diferentes, incluso cruzadas y contradictorias entre sí, pero en los jóvenes se evidencia la aspiración concreta de constituir espacios de confianza para el intercambio de ideas y prácticas que aporten a la construcción de un país fraterno.
Me refiero a casos como la formación de jóvenes de partidos políticos (San Isidro, San Fernando), donde militantes de GEN, UCR, FPV, ARI y otros disfrutan del intercambio de ideas con el fin de interpretar la realidad nacional e iluminar un camino hacia el futuro, no le escapan al conflicto, estiman los vínculos solidarios y deliberan acerca de cuál es el bien que necesita la sociedad local, al cual -no a pesar de sus diferencias ideológicas, sino con sus diferencias ideológicas- pueden aportar juntos, y lo hacen.
De igual modo, quiero destacar a las escuelas de formación del Movimiento Político por la Unidad; a los jóvenes participantes en el Premio Amartya Sen de diversas universidades públicas, interesados en recibir valores basados en una ética para el desarrollo humano que les permita ejercer su profesión orientada al cuidado de los más vulnerables; y a los grupos destinados a reflexionar sobre un nuevo paradigma económico que incorpore la lógica del don y de la gratuidad de una economía de comunión, en contraposición a la lógica del tener de un sistema en crisis.
En síntesis, en 2010 vi a los jóvenes trabajar por una ciudadanía fraterna que se convierta en estilo de vida: como efectiva justicia social, como participación, como capacidad de organización, como incidencia en las políticas públicas, como toma de decisiones compartidas.
La multiplicación de estas actitudes será la garantía de algo nuevo que se asoma en el horizonte de nuestra vida cotidiana, trayéndonos una visión del mundo que a todos y a todas nos llena de aliento y esperanza.
*La autora es docente del Premio Amartya Sen de la Universidad de Buenos Aires
Fuente: lanacion.com.ar