Revista Cine
Cuando ha terminado Los Juegos del Hambre: Sinsajo - El Final (The Hunger Games: Mockingjay Part 2, EU, 2015), último episodio de la saga de la indomable pero reluctante lideresa Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence), hay por lo menos tres elementos imposibles de soslayar. La primera, acaso la más obvia: en este filme se confirma lo que ya se atisbaba en la segunda parte -y la más lograda- de la serie, Los Juegos en Hambre: en Llamas (Lawrence, 2013). Me refiero al salto cuántico de Miss Lawrence, quien en solo cinco años pasó de desconocida actriz de cine indie a (injusta) ganadora del Oscar a protagonista de un blockbuster que la ha transformado, por derecho propio, en estrella global y multimillonaria con capacidad de exigir mejor salario que cualquiera de sus coprotagónicos masculinos. Qué vaya a hacer Miss Lawrence con este poder -es decir, qué proyectos elegirá de aquí en adelante- está por verse. Tiene un buen ejemplo a seguir: Kristen Stewart que, después de protagonizar su saga adolescente de vampiros ñoños, ha ido construyendo una filmografía muy diferente.La segunda: que la decisión de partir en dos segmentos el último libro de Suzanne Collins tuvo una racionalidad puramente económica. Si bien es cierto que Los Juegos del Hambre: Sinsajo Parte 1 se lograba sostener, contra todo pronóstico, gracias a una historia más cercana al thriller político que a la cinta de aventuras distópicas, también es cierto que en esta segunda parte, titulada El Final, el director Francis Lawrence y la autora/adaptadora Collins alargan innecesariamente el prólogo durante casi una hora, acaso como única manera de justificar los más de 120 minutos de duración del filme. Queda la sensación que Los Juegos del Hambre: Sinsajo pudo haber sido una mejor película, más interesante y más arriesgada, en la forma de un solo filme de tres horas. Pero, claro, eso habría significado menos dinero para Lionsgate -y para todos los involucrados.Y la tercera: que el discurso político del filme no deja de ser interesante, aun en su flagrantes contradicciones. Después de una somnolienta primera parte, Katniss y su equipo -entre ellos sus dos eternos enamorados, el blando panadero Peeta (Josh Hutcherson) y el bravo cazador Gale (Liam Hemsworth)- se dirigen al Capitolio para asesinar al maléfico Presidente Snow (Donald Sutherland, impecablemente ñañañaquesco), contra los deseos de la jefa de la rebelión, la Presidenta Alma Coin (Julianne Moore), quien no haya la manera de disciplinar a la ingobernable Katniss. Lo que sucede en el desenlace no lo revelaré aquí, por más que sea veía venir sin necesidad de haber leído una sola página de las novelas de la señora Collins.Los Juegos del Hambre -me refiero a las películas, aunque supongo que el mismo discurso está en los libros- pertenecen a una serie de cintas recientes distópicas y/o fantásticas -un par de ejemplos muy superiores: El Huésped (2006) y El Expreso del Miedo (2013), ambas de Joon-ho Bong- que no solamente aplauden la rebelión de las masas, los pobres, los marginados, los desposeídos, sino que además desconfían de toda clase de liderazgo político. Es decir, más que el liberalismo clásico hollywoodense -el de Capra, el de Spielberg- que propone que basta la decencia individual para salvar a las instituciones -y por ende, al Estado-, estamos ante un discurso rabiosamente antiestatal, más anarco-libertariano que otra cosa. En el universo dramático-político de Los Juegos del Hambre, el totalitario Presidente Snow y la rebelde Presidenta Coin son dos caras de la misma moneda: el poder corruptor del Estado que nadie puede resistir (en este sentido, ojo a la clara referencia al documental hitleriano El Triunfo de la Voluntad/Riefenstahl/1935 en cierta escena clave hacia el desenlace). Por eso mismo, para Suzanne Collins, el auténtico héroe tiene que alejarse lo más pronto posible de la tentación. Así pues, la profunda -y auténtica- desconfianza hacia el poder político de esta saga termina, paradójicamente, anulando toda justificación de la rebelión popular. Porque si toda revolución se corrompe, si todo liberador se convierte en tirano, ¿qué sentido tenía levantarse? Al final de cuentas, nuestra Juana de Arco distópica no quería otra cosa que formar una familia, tener hijos y pasar su vida con el blandísimo panadero Peeta en un escenario que más parece el de un comercial de seguros de vida. Dicho de otra manera: Katniss inicia como guerrera solo para terminar como doñita.