Revista Cultura y Ocio

«Los juegos florales», de Santiago Isla

Por Guillermo Guillermo Lorén González @GuillermoLorn

«’Los juegos florales’ es una tragicomedia que cuenta las tribulaciones de Ignacio Benavides, un joven aspirante a escritor con una vida social y amorosa casi inexistente,
que entra en un mundo frívolo que no conoce.
Es un niño perdido, como los de Peter Pan.»

«Los juegos florales», de Santiago Isla

Cubierta de: ‘Los juegos florales’

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Cubierta de: ‘Los juegos florales’

En Madrid, la joven generación del desencanto sigue sobreviviendo en sus trabajos precarios sin mayor horizonte que el día siguiente, agarrada a sus aficiones con una obsesión no exenta de la melancolía que impregna los finales de época: la música, las fiestas, las marcas, el coleccionismo de chicos y chicas, la gastronomía y mucho de ese amor ideal que Ginsberg consideraba el peso del mundo. Este es el paisaje en el que vive Ignacio Benavides, quien, para complicarlo aún más, ha elegido como tabla de salvación la literatura, eso de lo que ya sabemos que es muy difícil vivir… A no ser que tengas contactos en las productoras de contenidos: y eso es lo que le acaba de suceder. Con la ilusión de ver sus sueños cumplidos y de redimirse de su propio spleen, Ignacio empieza a frecuentar a los conseguidores del pijerío cultural madrileño que viven de las rentas y a las musas de cartón piedra que los acompañan.

Santiago Isla sigue siendo un flâneur —agudo paseante y observador— en esta novela «sobre las promesas, las decepciones, la frustración», con un narrador connotado, irónico y autocrítico que, sin embargo, conserva la esperanza «de un último tren hacia el futuro». El joven autor marca distancia con un estilo tremendamente personal y confirma los dones con los que se calificó su primera novela: frescura, luminosidad, altura, elegancia, inteligencia y entusiasmo.

El autor nos habla de la frustración, de las promesas, de las decepciones. El desamor o la búsqueda del fracaso le abren camino al arte de contar la herida. Hay en él una potencia insólita para alguien que escribe como quitando importancia a lo que dice mientras es capaz de ver la destrucción o el amor, un mundo que se le desmorona al tiempo que lo mira. Todos los personajes son parte de una película que él narra mientras se aleja, como si llegara a este mundo para contarlos, rozarlos y despedirlos.
Los juegos florales se divide en tres partes, con un total de treinta y dos capítulos, y un epílogo. Está narrada en una tercera persona focalizada, en buena parte de la novela, en Ignacio Benavides, aunque no solo en él. El autor utiliza la analepsis al principio de la historia para narrar el desgraciado amor del protagonista por Carlota Ron y, de paso, la génesis de su novela Darse cuenta, que años después, ya en el presente, impulsa la acción.

La ironía y el humor impregnan toda la novela. Santiago Isla busca la sonrisa cómplice —a veces una simple insinuación— a partir de la inteligencia. Se deja notar especialmente en las descripciones de los personajes, en las que utiliza con sutileza todo tipo de figuras: «el pelo largo y un pelín canoso, la barba cuidada, el buen olor y la tranquilidad en la propia piel, hablaban de cuero, de scotch, de partido de tenis y de un uso intencionadamente desastrado de las redes sociales». [Pág. 54]

Santiago Isla no cae en la trampa de nombrar docenas de locales de ocio, restaurantes, bares y cafeterías en busca de una supuesta complicidad del lector. Del mismo modo que no abusa de las citas literarias, cinematográficas y musicales. Lugares, citas, canciones y películas están al servicio de la narración y las usa, con precisión de cirujano, solo cuando son necesarias.
El escenario principal es Madrid. Allí vive Ignacio y se cuece la mayor parte de la trama. Mezcla lugares reales con ficticios. Nos movemos desde las zonas residenciales de clase media, en las afueras, a los espectaculares chalés de los barrios pudientes, como Puerta de Hierro. Junto a las cafeterías y los baretos para estudiantes, que Santiago Isla describe con la exactitud del connoisseur, visitamos restaurantes exquisitos, como el Numa Pompilio, en Velázquez, o el mítico bar La Vía Láctea, en la calle Velarde.
Con Ignacio, y sus dos amores desgraciados, conocemos Manchester, en una memorable escena descrita a partir del gris —«Gris. Inglaterra es gris. El cielo es gris, el cemento es gris, la piel de sus habitantes es tan cetrina que parece casi gris» [Pág. 37]— y Sanxenxo, en las Rías Baixas, en donde se aloja en el hotel O Son do Mar. También acompañamos a Ignacio a Mazarrón (Murcia), para relajarnos en compañía de su panda de amigos, y a Prádena (Segovia), un lugar en el que encuentra consuelo y en donde vive su abuela.
Junto a Julio Gasset y Claudia Lanza viajamos a la Marbella de los millonarios. Primero en un yate anclado frente al bar y restaurante Victor’s Beach, y, luego, en una cena en El Ancla, en la avenida Carmen Sevilla —lo mejor, según Felipe Schon, amigo de Julio, son sus frituras: chanquetes y boquerones—, y en un fin de fiesta en el inevitable Olivia Valere, en la carretera de Istán.

«La escritura es realmente un proceso de reescritura, y sin el sudor y los codos se queda en pedo lírico, fantasía, edificio endeble que se hunde solo con mirarlo», nos cuenta el narrador refiriéndose a la vocación literaria de Ignacio y a sus esfuerzos por escribir una buena novela.

Lee y disfruta de las primeras páginas de la novela.

El autor:«Los juegos florales», de Santiago Isla
Santiago Isla (Madrid, 1994) es músico, escritor y también tiene un trabajo de verdad. Desde 2017 firma el blog Sonajero. En 2020 publica Buenas Noches, su primera novela. Debido a la inconsciencia de la juventud decide publicar una segunda.

El libro:
Los juegos florales ha sido publicado por la Editorial Espasa en su Colección Espasa Narrativa. Encuadernado en rústica con solapas, tiene 304 páginas.

Cómpralo a través de este enlace con Casa del Libro.

Como complemento pongo un vídeo con una entrevista a Santiago Isla, escritor de Los juegos florales.


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