Hay palabras que contagian en el momento de escucharlas un amor sincero y puro al lenguaje. No hace falta que uno sea un filólogo: basta que el sonido penetre y se produzca ese prodigio que consiste en el matrimonio absoluto entre el símbolo y lo simbolizado. Una de esas palabras es "letraherido". Proviene del francés y luego fue el catalán el que la difundió hasta el volcado al castellano. El lettreferit es un obseso de las letras, un amante empedernido de la palabra escrita, aunque el Diccionario del uso del español de Seco, Andrés y Ramos no aporte ese sentido (no es su función, tal vez) y quede en una acuñación sencilla de alguien que es "aficionado a las letras o a la lectura". Conmueve la idea de herida, que es un rasgo poético, de roto interior empadronado con el manejo pedestre de la lengua, exenta de intimidad las más de las veces, prosaica, útil sin más. El hecho de que alguien la use explicita un modo no solo de hablar, sino de entender el mundo, de situarse lingüísticamente frente a él. El nuevo diccionario de la RAE ha calzado ya el matiz dramático: letraherido es el que "siente una pasión extrema por la literatura". Como si la literatura pudiese conformarse con un ahínco menor. Tengo muchos amigos letraheridos y otros que no lo son en absoluto. En el término medio, en la bondad de la mesura, está el lector que no padece herida alguna y lee sin que eso malogre ninguna otra actividad que le concierna o que le arrime un placer que, caso contrario, no disfrutaría o vería francamente mermado. Leer como quien pasea o sale de terrazas o ve películas de la RKO o se cepilla los dientes tras al almuerzo o se asoma a la ventana y ve pasar coches antes de irse a la cama. Cosas de todos los días. Quizá bastara eso. Que leer fuese algo incorporado a lo diario, sin más alharaca. En lo que me concierne, leo a bocados, de manera convulsa a veces. Otras, las menos, leo cuando encuentro el hueco. Es el hueco el que organiza las lecturas. Tendríamos que rebelarnos contra la dictadura del hueco, pero no hay manera. Obedece a un mandato ajeno e invisible. Es de la velocidad esta vida que sucede alrededor nuestra. Un amigo me dijo hace poco que leía cada vez menos. La ficción le parecía un recurso secundario. Argumentaba a su manera, lúcida en parte, pero su convicción era la de alguien que ha perdido ese hábito, sin que ningún otro lo haya reemplazado. Dejarse ir, dejarse vivir, vendría a ser su nuevo afán. Ya mismo habrá otra palabra que apure más lo del dolor al leer, lo de la pasión, lo del roto. Mientras sucede, letraherido es bien hermosa.