Las ciencias sociales, que tienen por objeto el estudio del ser humano, tienen una desventaja evidente en relación a las ciencias naturales: la experimentación es muy difícil de conseguir. Si bien es cierto que se han realizado experimentos con grupos de personas (por ejemplo, en el campo de la neuroeconomía), lo cierto es que hasta la fecha han sido muy limitados. Este hecho dificulta en mucho el proceso científico de las mismas y hace que los hallazgos de las ciencias sociales discurran de forma más lenta.
Recordemos que el método científico, que es formalmente igual para todas las ciencias, comienza con la formulación de hipótesis (para la cual se requiere un cierto grado de imaginación y creatividad, que permita proponer diferentes hipótesis que expliquen la realidad), hipótesis que deben ser contrastadas mediante la experimentación o mediante la regularidad empírica. Algunas hipótesis se aceptan y otras se rechazan. Las hipótesis aceptadas se van acumulando y, por tanto, se va formando un cuerpo teórico que, junto con los métodos hipotético-deductivos y axiomático-deductivos, permiten explicar la realidad.
Resulta que la clara desventaja de las ciencias sociales -la dificultad de realizar experimentos- queda en cierto modo suplida por la historia. La historia nos proporciona una acumulación de experiencias que el ser humano ha tenido bajo diferentes circunstancias y nos permite observar las causas y consecuencias que tuvieron ciertos hechos en el pasado. Así, la historia suple en cierto modo la dificultad de experimentar con el ser humano, al ofrecernos una acumulación de experiencias. Por así decirlo, la historia puede servir de “laboratorio social” (aunque la historia no sea simplemente eso), donde tales experimentos son reales y espontáneos, y no provocados por ningún científico.
No obstante -y está es la tesis fundamental que vengo a exponer en este artículo- aunque la historia pueda ayudar a las ciencias sociales enormemente, la historia en relación a las ciencias sociales cuenta con importantes limitaciones, que deben tenerse muy en cuenta antes de incluir sus relatos a las colecciones de teorías (y también leyes) de las ciencias sociales.
Tal y como defendía Kant en sus tres Críticas (Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica y Crítica del juicio), para que un saber pueda discurrir por el camino seguro de una ciencia es condición sine qua non que se expongan los límites de la misma, para evitar que ciertos saberes se propongan objetivos que no pueden cumplir y asegurarnos que una ciencia no se excede sus límites. Así, en el sentido kantiano, la crítica es lo que nos previene del dogmatismo. Conviene, pues, hacer una crítica de la historia, esto es, analizar los límites que la historia tiene a la hora de aportar su conocimiento a las ciencias sociales.
En primer lugar, la historia nos permite la inducción, es decir, nos permite colegir los acontecimientos que podrán acontecer en el futuro en base a los que sucedieron en el pasado. No obstante, el conocimiento científico debe ser riguroso y ofrecer ciertos reparos a la hora de establecer como regularidad empírica la repetición de hechos pasados y es que la inducción tiene el problema de que nada asegura de que en algún momento los hechos futuros no tendrán por que mimetizar los hechos pasados. Por ejemplo, imaginemos que alguien observa que todos los pájaros son negros y nunca ha visto ninguno de otro color. Utilizando la inducción podrá concluir que todos los pájaros que existen son negros; sin embargo, podría bien suceder que algún día observase algún pájaro de otro color, confirmando el error de su suposición inicial. Pues bien, este es el mismo error al que se puede incurrir utilizando la inducción histórica para explicar los hechos sociales, que podemos resumir con la siguiente frase del refranero español: “Agua pasada no mueve molinos”.
Además -y en conexión con lo anterior- aunque la historia pueda ser muy larga y los hechos históricos puedan estar bien documentados, resulta que la multiplicidad de causas que influyen sobre la sociedad es inmensa y es altamente improbable que las condiciones que vive una sociedad en una determinada época histórica puedan repetirse en otra época histórica. Es decir, lo que fue cierto en una época pasada fue cierto porque existían determinadas condiciones que difícilmente se reproducirán en el futuro.
En segundo lugar, aunque es evidente que el futuro de la sociedad no se construye ex nihilo, sino a partir de una base histórica y de la correlación de fuerzas históricas que se han producido hasta nuestro días, lo cierto es que es imposible determinar el camino por el que discurrirá la historia simplemente analizando el pasado. Dicho de otro modo: conocemos el punto de partida, pero no sabemos con seguridad qué camino tomara la sociedad mañana, y aún mucho menos dentro de un año, y con aún menor seguridad cuanto más alejado en el tiempo proyectemos nuestra vista.
Siguiendo con el mismo razonamiento, lo cierto es que aunque el peso de la historia recae sobre nuestras espaldas (es decir, el pasado nos influye), lo cierto es que el grado de influencia de la historia sobre el presente no es constante: a veces la historia tiene mayor peso sobre el presente y a veces menor. La mayor o menor influencia de la historia sobre la vida del ser humano dependerá de multitud de causas (medio en el que habita el ser humano, conocimiento de la historia previa, cultura que poseen determinadas comunidades, tipos de creencias, tipos de lenguajes, grado de avance técnico y científico, etc.).
En este sentido, aunque es cierto que la historia influye en nuestras vidas y ayuda a explicar el futuro, lo cierto es que el grado de influencia no es siempre el mismo y va variando y nada impide que en ciertos momentos o lugares la historia no sea el determinante principal en el transcurso de los hechos.
De hecho, si sólo la historia fuese el factor que influye sobre nuestras vidas o sobre nuestro presente, y además lo hiciese siempre con la misma intensidad, el ser humano estaría condenado vivir siempre de la misma forma, sería un esclavo de su pasado. Si la vida del ser humano está en continuo cambio, eso es porque además de influir la historia sobre el presente, influyen infinidad de más causas.
Estas son las razones que hacen que el futuro del ser humano sea tan incierto y sujeto a grandes incertidumbres, ya que aunque sabemos que nuestro pasado puede explicar nuestro futuro, nunca sabremos el curso que tomará nuestra vida en el futuro. Esto hace necesario que las ciencias sociales no se limiten a observar la historia, sino también a usar la imaginación, la deducción y métodos rigurosos como las matemáticas que permitan desarrollar modelos y teorías simplificadas de la realidad que permiten explicar la realidad de forma más precisa a la que lo hacen los historiadores. La diferencia es que la historia nos permite ver la evolución que ha tenido la sociedad bajo diferentes circunstancias, mientras que los modelos y colecciones de teorías tratan de generalizar las regularidades empíricas que ocurren en la sociedad, para explicar futuros hechos sociales.
Por ejemplo, en economía podemos citar la ley de la oferta y la demanda, que establece que el precio de un bien o servicio depende del número de unidades ofrecidas y del número de unidades demandadas. Esto es algo que se producirá en el futuro con regularidad y no dependerá de hechos pasados, y además es un aserto general, que puede aplicarse a multitud de hechos (para explicar el precio de las acciones, de los tomates o de las viviendas), lo cual hace que los modelos que usa la ciencia sean más prácticos que la historia en el sentido de ser más generales y poder explicar un mayor número de hechos.
En conclusión, la historia es un complemento muy útil en cualquier ciencia social, pero conviene tener muy en cuenta los límites de la historia en el estudio de los hechos sociales, para no caer en errores graves como puede ser la inducción, considerar que sólo la historia explica la evolución de la sociedad, considerar que el peso de la historia es siempre el mismo en la sociedad y, sobre todo, obviar los análisis generales y teóricos que precisamente por ello explican multitud de fenómenos sociales. En definitiva, la historia sí tiene cabida en el estudio de los fenómenos sociales, pero como casi todo en la vida, dentro de sus propias limitaciones.