Por: Roberto Madrigal
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Por supuesto que lo primero que me dio ver las fotos de Puig y Abreu, estrechando la mano de su antiguo amo Antonio Castro, fue repugnancia. Es repugnante ver a cualquiera estrechando la mano del impresentable Antonio Castro. Pero después pensé que todo tiene varios puntos de vista y que no está del todo mal que los cuatro peloteros cubanos que andan por la isla como parte de la delegación de las Grandes Ligas encabezada por Joe Torre, le restrieguen en la cara a sus antiguos verdugos, los millones que por años les negaron a ganarse. En definitiva, si pasahambres ordinarios van igualmente a alardear de sus triunfos, sin que sus historias sean ciertas, pues me parece bien que estos atletas vetados, censurados y declarados como traidores de la manera más oficial posible, lo hagan.
Lo que después me llamó la atención fue una nota que leí en el sitio Havana Times, firmada por Ronal Quiñones, en la cual se da a entender que, por no llevar aún ocho años fuera del país, que es la condena que endilga el gobierno cubano a quienes bajo su propia y arbitraria definición, son “desertores y traidores”, tanto Yasiel Puig como José Dariel Abreu, no pueden moverse libremente sin previa autorización, a diferencia de Alexei Ramírez y Brayan Peña, que ya “cumplieron” sus condenas.
Para añadir insulto a la herida, Abreu, entrevistado por Quiñones, da las gracias “por esta oportunidad de poder regresar a la patria”. O sea, que al pobre hombre solo se le ocurre agradecer por continuar siendo un humillado, alguien que necesita de un permiso gubernamental para regresar a su propio país, lo cual constituye una violación de los más elementales derechos humanos universalmente aceptados. Y esa oportunidad tan generosa viene con limitaciones, o sea, para moverse por su “patria” tiene que pedir, una vez más, permiso. Yo sé que no se le puede pedir mucho a un pelotero. Pero Abreu refleja los límites de una mentalidad que se ha forjado con una perseverante violencia mental por 57 años. El pobre (a pesar de sus millones), ni siquiera se ha enterado que es un esclavo.
Entiendo que esta misión de las Grandes Ligas a Cuba funciona como una caricatura tardía de la “Diplomacia del Ping-Pong” que utilizara el presidente Nixon en los años setenta para negociar con China. Claro, cuando aquello, se trataba de maniobrar con la estabilidad de las relaciones entre las grandes potencias durante la Guerra Fría, una situación que mal llevada pudo resultar desastrosa para toda la humanidad. Ahora se trata de posicionarse para, a la larga, aprovecharse de una isla olvidable, que hace mucho perdió su protagonismo en la configuración política internacional.
La “Diplomacia del Ping-Pong” no pudo evitar Tien An Men y la misión de las grandes ligas tampoco evitará la represión a quienes salen los domingos a marchar desde el parque Gandhi, o a la UNPACU o a quien le venga en gana a Raúl Castro. Pero los chinos (al menos unos cuantos millones), comen hoy mejor que antes, aunque se sigan cayendo los edificios mal construidos. Los cubanos de a pie, siguen en su miseria y la economía del país sigue siendo un parásito de Miami.
Lo que si me causa cierta indignación es pensar que el comisionado de béisbol Rob Manfred y su enviado Joe Torre se prestaron a llevar a la isla a dos peloteros, que aunque sean grandes estrellas aquí, iban a tener que sufrir el vejamen de no poder moverse libremente por su país. Si lo sabían y lo aceptaron, son culpables de complicidad, si no lo sabían, son culpables de ser paternalistas ignorantes. Claro, a Manfred y a Torre lo que les importa es comenzar a establecer un nicho en la isla para cuando el implacable tiempo acabe con los Castro y cualquier político subsecuente sea más abierto. Cuba como la futura cantera, lo que nunca debió dejar de ser. Los derechos del pueblo cubano son asunto de no se sabe quién porque ya los cubanos ni cuenta se dan que se los violan.