Revista Salud y Bienestar

Los locos no detienen trenes

Por Saludyotrascosasdecomer
Jero murió años después, una tarde de verano en la estación de Atocha, arrollado por una locomotora que no pudo detener, como Pedro Casariego murió mordido por un tren hambriento. Piensas que quizás la historia de la muerte de Jero no sea cierta. Quién sabe, están tan lejos del pueblo las cosas que suceden en la capital. Cuando se lo contaron, Capote gritó mentira. Jero no era como yo. Jero no estaba tan loco. Mentira. Piensas que tal vez alguien despertó una mañana y en la misma cafetería en la que desayunas un café con leche y un donut para ahuyentar al sueño de una noche de guardia, entre el carajillo y las noticias y un par de madalenas, se inventó la historia de que Jero estaba loco y se fue a Madrid y en la estación de Atocha quiso parar un tren con las manos y no pudo. Y, desde la cafetería, la historia fue haciéndose más grande y más cierta cada vez que alguien la repetía. Pero, quién sabe. Capote gritó mentira. Lo único cierto, porque sucedió en el pueblo y todos lo vistéis es que, desde que Jero se fue a Madrid, Capote y el Trono no volvieron a sentarse en el tresillo verde a contar los coches negros que pasaban.

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