LA ETAPA CRISTIANA (siglos XII-XV)
Después de casi cuatro siglos bajo dominio musulmán, en el mes de mayo del año 1085 Alfonso VI entraba en Toledo, que acababa de capitular tras un prolongado asedio. La ciudad volvía a manos cristianas con todo lo que ello iba a suponer, a muy distintos niveles. Sin embargo, nos encontramos ante una época de la que se conserva muy poca documentación escrita, y no siempre lo suficientemente explícita.
Los años finales del siglo XI y comienzos del XII, para el caso toledano, se presentan como un momento de grandes interrogantes de difícil respuesta, con el agravante añadido de tratarse de una época en la que se gestaron acontecimientos de gran trascendencia para el devenir histórico de la ciudad. De alguna manera, las peculiaridades –a veces un tanto tópicas– tan reiteradamente señaladas del Toledo cristiano medieval, se gestaron entonces, cuando la ciudad cambió de manos.
A falta de que se descubran nuevos documentos escritos hoy ignorados, que nos aporten los datos necesarios para dar respuesta al menos a algunos de los interrogantes que hoy tenemos, un campo que sí podrá aportar información de gran interés es el de la Arqueología. El análisis riguroso de los restos materiales correspondientes a aquella época nos puede abrir una nueva línea de investigación, proporcionándonos resultados que nos sirvan para complementar, a la par que para confirmar o desmentir, algunos de los aspectos que se vienen repitiendo.
Se puede considerar que Alfonso VI entró en una ciudad intacta en la que todos los edificios, incluidos los religiosos, estaban en pie y dispuestos para seguir siendo utilizados. Toledo, que a lo largo de casi cuatro siglos se había modelado urbanísticamente conforme a los criterios de una sociedad islámica, quedaba a partir de entonces a merced de sus nuevos ocupantes cristianos.
El escenario era el mismo, los que iban a cambiar eran los actores y los papeles que iban a desempeñar. Si la ciudad cambiaba de manos religiosas, evidentemente ello habría de repercutir en la nueva reorganización de los espacios sagrados. Cuando Alfonso VI entró en Toledo no sabemos si se dirigió directamente a alguna iglesia, a dar gracias a Dios por el triunfal acontecimiento.
De haberlo hecho, muy posiblemente el acto se habría celebrado en la de Santa María del Alficén, que además tenía rango metropolitano, y que cabe pensar que el propio rey ya frecuentaría en los meses que permaneció exiliado en Toledo en el año 1072, tiempo durante el cual conocería a mozárabes con los que se reencontraría años después.
Dado que era la primera gran ciudad andalusí que caía en manos cristianas, puede considerarse que Toledo se presentaba, a los ojos de Alfonso VI y de sus consejeros, como un «laboratorio» en el cual poder experimentar fórmulas hasta entonces inéditas, tanto desde el punto de vista político, como social y religioso.
El nuevo señor de la ciudad era el rey y, como tal, podía actuar con medidas de fuerza, aunque bien es cierto que esas posibles intenciones quedaban mediatizadas por el compromiso de tener que cumplir los acuerdos recogidos en el pacto de capitulación. Muy posiblemente por motivos de conveniencia, llevó a cabo una política tolerante con los diversos grupos religiosos, aparentemente tendente a cambiar lo menos posible la situación que se encontró. Simplemente se trataba de adaptarla al nuevo poder que se cernía sobre la ciudad.
La catedral La conquista de Toledo por Alfonso VI tenía un doble significado, tanto en el plano político como en el religioso. Se trataba de la capital de la antigua monarquía visigoda, y además era una sede metropolitana con categoría de primada de la Iglesia hispana, aunque entonces estos títulos apenas tenían efectividad dado el estado de crisis en que se encontraba la mozarabía toledana que había sido la heredera de todo ese legado.
Por ello, una vez ocupada la ciudad, la presencia del nuevo poder religioso tenía que hacerse patente, para lo que necesitaba contar con espacios específicos en los que manifestarse, es decir, lugares de culto donde practicar la liturgia católica. Se hacía imprescindible contar con una catedral y con iglesias para los grupos cristianos que a Toledo acudían a establecerse.
Sin embargo, en este proceso la actitud mostrada por Alfonso VI con los pobladores que permanecieron en la ciudad, que, aunque con una cierta carga de oportunismo podríamos considerar como prudente, iba a contrastar con la que llevaron a cabo los representantes del nuevo poder eclesiástico, que actuaron con medidas y modos aparentemente más intransigentes.
Una cosa eran los intereses políticos y otra los religiosos, máxime en unos momentos muy especiales, reformistas, en los que estaba entonces involucrada la Iglesia occidental. Y ello se puso de manifiesto en dos circunstancias muy significativas: la ocupación violenta de la mezquita aljama para convertirla en la nueva catedral y la situación de aparente marginación en que el grupo cristiano local –los mozárabes– iba a quedar en el proceso de reorganización eclesiástica de la ciudad que de inmediato se puso en marcha.
De acuerdo con los pactos de capitulación, los musulmanes que permaneciesen en la ciudad seguirían utilizando la mezquita principal. Sin embargo, aquel compromiso no se cumplió durante mucho tiempo pues, según un relato posterior a los hechos aunque con visos de verosimilitud, en el mes de julio del año 1086, en ausencia del rey, su mujer doña Constanza y el recién nombrado arzobispo para la sede toledana, el francés don Bernardo de Sédirac, ocuparon por la fuerza la citada mezquita y la consagraron al culto cristiano.
Poco después de este supuesto acontecimiento, el 18 de diciembre de aquel mismo año se celebró una reunión en Toledo, presidida por Alfonso VI, a la que asistieron importantes personajes y los doce obispos del reino82. En ella se hizo efectivo el nombramiento de don Bernardo como nuevo arzobispo de Toledo y la antigua mezquita fue consagrada como catedral. Su interior se adaptaría a las necesidades litúrgicas cristianas de una sede episcopal –levantando altares con sus correspondientes reliquias– y el alminar se convertiría en torre con campanas.
Sin embargo, en todo este proceso de paulatina imposición cristiana, los mozárabes –aunque también cristianos– quedaron marginados del mismo. Tras la ocupación de Toledo, e incluso antes, se planteó la necesidad de reinstaurar la catedral y de nombrar a un nuevo arzobispo.
Para este cargo parecería lógico pensar que se podría haber contado con la comunidad cristiana que ya existía en la propia ciudad, como era la mozárabe, que siempre había tenido un obispo a su frente, aunque bien es cierto que en el momento de la conquista de Toledo la sede episcopal estaba vacante. Sin embargo, aquella realidad no se iba a tener en cuenta y desde el primer momento se iba a comprobar que los mozárabes no entraban en los planes reformadores del nuevo sector clerical.
http://realacademiatoledo.es/wp-content/uploads/2016/06/1.-Discurso-de-apertura-del-Curso-2012-2013.-Las-iglesias-de-Toledo-en-la-Edad-Media.-Evidencias-arqueol%C3%B3gicas-por-Ricardo-Izquierdo-Benito.pdf
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