El paro nuestro de cada día
El paro forma parte de nuestras vidas desde hace mucho tiempo y parece que sea una plaga que se va extendiendo cada vez más y más. En el cine ha sido un tema muy recurrente, tanto en películas de ficción como en documentales, como en el tercer trabajo de Fernando León de Aranoa, Los lunes al sol (2002), en el que vemos la dura realidad de unos tipos que fueron despedidos unos años atrás del astillero donde trabajaban y que cada día se encuentran en el bar de un amigo, al que también echaron del mismo trabajo pero que con el dinero de la indemnización se arriesgó a montar el local. Este film es el tercero en la carrera del director español, y el más premiado, con nada más y nada menos que cinco Goyas (mejor película, director, actor, actor secundario y actor revelación) y la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián.
El guión, que es del propio Aranoa pero esta vez con la colaboración de Ignacio del Moral, cuyo último trabajo ha sido la adaptación, junto con Benito Zambrano, de la historia de La voz dormida (2011), no plantea únicamente el problema de conseguir un nuevo puesto de trabajo sino también la opinión de que hay personas que no hacen todo lo posible por encontrar otro empleo. De ahí el acierto de crear a tres personajes principales bien diferentes: Santa (Javier Bardem), el personaje más importante de la película y el más peculiar; Jose (Luis Tosar), cuya esposa, Ana (Nieve de Medina), es la única que trabaja; y Lino (José Ángel Égido),el más mayor de los tres y el único que va a entrevistas de trabajo. Pero todos ellos tienen algo en común: que la mayoría de las veces no saben en qué día viven. Y es el personaje de Enrique Villén, que interpreta a un técnico de seguridad llamado Reina, el que echa en cara a Santa que no haga nada para cambiar su actual situación, un hecho que provoca una discusión entre los dos. Este momento es intenso, sin embargo se ve demasiado que se quiere dejar muy claro las causas y las consecuencias de aquel despido. Se nota que la intención es dejar todo bien atado oyendo al personaje de Santa explicando su versión de los hechos, aunque, eso sí, con una muy buena interpretación de Javier Bardem.
Y es que lo mejor de la película son las excelentes interpretaciones de los actores que con toda naturalidad crean unos personajes totalmente creíbles. Mismamente, tanto Bardem como Tosar y Égido consiguieron el Goya y es que cada uno logra meterse en su papel de forma brillante. Igual que la actriz Nieve de Medina, cuyo papel es soberbio, o el actor Celso Bugallo en el papel de Amador, que siempre está en el bar y cuyo papel es el más duro y triste, y también Joaquín Climent como el dueño del bar. Por ello, seguramente, Aranoa sabía el potencial que tenía y utilizó muy bien los primeros planos de los rostros de muchos de ellos en momentos cruciales de la película. Por ejemplo, en una escena en la que el personaje interpretado por Égido acude a una entrevista de trabajo para un puesto en el que el límite son 35 años, vemos en su cara la agonía que empieza a pasar porque se da cuenta de que el tinte que se ha puesto para disimular las canas empieza a gotear a causa de sus sudores. Aunque al que hay que destacar por encima de todos es a Bardem, con una de sus mejores actuaciones. Para el papel tuvo que engordar más de diez kilos pero le valió mucho la pena. La construcción de su personaje es idónea, con las mejores frases de la película y varias situaciones cómicas para recordar. Y es que es un tipo bastante caradura pero que cae simpático por su manera de ser y de tener respuestas para todo sin tener ni puñetera idea. De su vida personal sabemos lo justo: está sin trabajo, vive en una pensión y debe 8.000 pesetas por romper una farola.
Por último, habría que destacar también la dirección de Aranoa porque se podría decir que es casi perfecta. Con la unión otra vez con Alfredo Mayo para la fotografía, igual que en sus dos anteriores trabajos, Familia (1996) y Barrio (1998), se logra una buena puesta en escena y muchos momentos inolvidables, compaginando muy bien los movimientos de cámara, rodeando a los actores, con los planos fijos. Y la música de Lucio Godoy también es fundamental para el dramatismo de la historia.
"Una película memorable con el paro como protagonista, en la que destacan las interpretaciones y una mezcla inteligente de pequeñas dosis de humor con un verdadero drama"