Y eran 13.
El historiador y exboinaverde, Richard Killblane reconstruye su verdadera historia
No eran tan malos (no iban degollando nazis, ni tatuando esvásticas sobre la frente de sus víctimas, ni cortando rubicundas cabelleras arias) como en la película de Quentin Tarantino, pero sí fueron los más duros, los tipos con las agallas mejor puestas y más grandes de aquella guerra terrible, de aquella carnicería de seis años que fue la Segunda Guerra Mundial. Sí, eran los más duros, los más inmundos (ésa es la traducción de su mote, filthy) y los más cochambrosos (otra de las acepciones del mote), porque sólo se lavaban una vez a la semana (y no siempre), normalmente el sábado cuando dejaban el campo de entrenamiento en Campo Toccoa, Georgia, y se iban a la caza de unas faldas, unos labios pintados y unos buenos tragos de cerveza.
Duro, sucio y cochambroso no es la mejor definición de un soldado, pero cuenta la leyenda que fueron los mejores, las águilas voladoras, los bastardos, sí, de nuevo aparece Tarantino, los hombres más esforzados del 506º Regimiento Paracaidista, perteneciente a la 101ª División Aerotransportada del Ejército norteamericano durante la II Guerra Mundial, la unidad que se comió todos los marrones, el Desembarco en Normandía (ellos se lanzaron en paracaídas tras las líneas enemigas; la cuarta parte ni siquiera llegó viva al suelo) hasta la toma de Bastogne (casa a casa, habitación a habitación) durante la terrorífica Batalla de las Ardenas en invierno de 1944, allí donde los alemanes a bordo de sus panzer (y ejecutando prisioneros a discreción) estuvieron a punto de cambiar de nuevo el curso de la guerra que ya tenían aparentemente perdida desde el Día D y las dantescas masacres en las playas.
Estos hombres (eran trece, voluntarios y no tanto, más bien desechos indisciplinados y pendencieros, repudiados por sus sargentos y oficiales como basura) ponían minas, las quitaban, demolían puentes, los levantaban, exploraban, hacían tareas de limpieza, eliminaban enemigos concretos (jefes de las SS, generalmente), desbrozaban el camino (que no era de rosas, desde luego), preferían matar («Born to kill», «Nacido para matar», ya saben) a hacer prisioneros, eran rápidos, certeros, no se sabe si valientes o suicidas («El valor es aguantar el miedo un minuto más» sentenció el general Patton), no fallaron nunca, y recibieron muy poco para lo mucho que ellos recibieron.
Lo ha contado el cine (bueno, Tarantino se inventó todo lo que quiso, y poner a Brad Pitt como uno de los tipos más duros del planeta tiene su aquel) y lo cuenta ahora, la verdadera historia, señoras y señores, «Los trece malditos bastardos» (Ed. Plataforma Historia) el soldado, «por tradición, en mi familia que se remonta hasta la Guerra Civil», dice) e historiador Richard Killblane, quien ha recogido el testimonio de Jake McNiece, el tipo que creó la unidad destinada a la gloria y/o el infierno, esos trece bastardos.
McNiece, que murió hace poco más de un año, a los 94, fue bautizado en Maysville, pueblecito de la Oklahoma más profunda, como James Elbert Jake McNiece, era hijo de una familia de aparceros bien acomodados cuyos dineros se vinieron abajo con la Gran Depresión del 29. Por ello, como sus hermanos (era el segundo de diez) no pudo ir a la Universidad y aunque en principio la guerra no le interesaba mucho, tras el ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre del 41, menos de un año después, el 1 de septiembre de 1942, se alistó en el Ejército, en el 506º Regimiento de Infantería de la 101ª División Aerotransportada. No pensaba ser un héroe, solo huía de la Policía. Pronto sus jefes se dieron cuenta de que era un tipo muy especial. De fuerte complexión (era un fantástico jugador de fútbol americano), de fortísimo carácter e ingobernable, se le encomendó formar una unidad muy especial, que dejaría a los comandos en soldaditos de plomo, una unidad que se hizo legendaria y a la que muchos acudían en busca de emociones fuertes. Los hombres querían estar en su grupo porque aseguraban que con él, a pesar de los riesgos, había más posibilidades de vivir. Se ganó un puñado de condecoraciones, pero abandonó el ejército y trabajó durante veintiocho años como cartero.Cuadrarse ante Killblane
Richard E. Killblane (1955) también es del mismo terruño que McNiece, Oklahoma, y su currículo castrense tampoco es broma. A los dieciocho años se alistó como soldado raso en el Ejército (el sueño de muchos jóvenes americanos, «para tener aventuras y conocer mundo») y luego consiguió ingresar en la Academia de West Point (la prueba de ingreso es dificilísima), donde se licenció como teniente. Fue especialista en contrainsurgencia y estuvo destinado en Honduras y El Salvador, y fue uno de los hombres que participaron en el diseño para las operaciones en Haití y Panamá, (su mujer es panameña, de hecho). En 1990 colgó el petate y estudió Historia, y desde el año 2000 es el responsable de la sección histórica del Us Army Transportation Corps, y ha estado destinado en Kuwait, Irak y Afganistán como historiador del ejército.
El autor del libro explica que «todo el mundo tenía que ser voluntario para unirse a una unidad aerotransportada. Lo especial de los Bastardos es que Jake McNiece, aunque era un líder natural, era también un creador de problemas pues la disciplina no era su fuerte. Pero a los chicos duros les encantaba, sobre todo los que no podían llevarse bien con los demás, y sus jefes pensaron que él haría carrera con ellos».
Los entrenamientos en Toccoa, bajo la supervisión del coronel Robert Sink y el mando directo e McNiece, eran física y mentalmente muy fuertes y Jake «tenía la reputación de ser el hombre más duro del 506 y los más duros querían servir con él». Tras hablar con McNiece, el historiador está convencido de que «los nazis tenían bastante miedo a los bastardos» y asegura que «las órdenes venían de arriba, ellos sólo las ejecutaban» y piensa que «los soldados nunca cambian, pero el Ejército sí lo hace. El entrenamiento hoy es mucho mejor, y no es tan brutal como lo era durante la Segunda Guerra Mundial, salvo en unidades de élite como los Rangers y los Boinas Verdes», y está seguro de que un tipo como Jake «habría encajado muy bien en las Fuerzas Especiales (los Boinas Verdes de John Wayne) o en el SEAL (el grupo que liquidó a Obama)», y también cree que el autor de la idea original sobre la que se basó la película, E. M. Nathanson, «nunca encontró la verdadera historia, esta que cuento, muchas de las cosas se las inventó a partir de rumores» y subraya que «en la guerra vale todo», aunque, como se ha dicho más arriba, estos hombres no iban por ahí rebanando pescuezos y cortando cabelleras por la espalda: «Sólo querían matar al enemigo en combate y lograr cumplir la misión asignada».
Sea como sea, mejor no quitarle la chica a uno de estos tipos. Ni tampoco a aquel granuja terrorífico que era Terry Savallas en «Doce del patíbulo», la verdadera precuela de los bastardos tarantinianos.
Fuente: www.abc.es