Como columnas colosales de una desaparecida civilización de gigantes se yerguen los Mallos de Riglos. Estas moles sedimentarias de cantos rodados del Terciario modeladas por la erosión alcanzan los 300 metros de altura.
Los Mallos de Riglos./eigernordwand
Su color rojizo denota abundancia de arcillas férricas o quizá que aquellos gigantes practicaban sacrificios sangrientos. Ante los Mallos de Riglos nadie permanece indiferente. El deportista ve el desafío de una mole pétrea que invita a la escalada; el ornitólogo o mero pajarero se extasiará ante la abundancia de seres alados que pululan por las numerosas oquedales de las rocas; el excursionista romántico aguardará al atardecer, cuando el sol poniente enciende los colores de los Mallos, como un ascua, como una joya, como un sol que se extingue para mirarse en los ojos de la amada.
La iglesia de Riglos./Pablo Moratinos
Es una buena ocasión para visitar la cercana ermita románica de San Martín, a la entrada de Riglos, y admirar sus pinturas.
La provincia de Huesca esconde muchos otros atractivos: la estación de Canfranc, que se convirtió en un nido de espías durante la II Guerra Mundial, el municipio de Alquézar, la ciudadela de Jaca o el castillo de Monzón, donde los templarios educaron al futuro monarca de Aragón Jaime I.