Revista Sociedad

Los malos hicieron bien las cosas

Publicado el 04 septiembre 2018 por Tomarlapalabra

LOS MALOS HICIERON BIEN LAS COSAS

Por Pedraza Ginori

Esta imagen, transmitida por la TV Cubana como muestra de la alegría del pueblo cubano, a mí me parece la triste constatación de un fracaso. Está tomada hace unos días, en el concierto que ofreció el salsero Gilberto Santa Rosa en el Malecón, y revela a cientos de personas grabando la actividad con sus teléfonos celulares. Tal parece que todo el mundo en La Habana tiene un móvil.

Hay que reconocer que, durante 59 largos años, los malos han sabido hacer las cosas bien para sus intereses, que eran convertir la isla en su finca particular y vivir de puta madre en un país en que el 99% de la gente sufre y se consume. Desde el principio de los principios se dieron cuenta de cuáles eran los instrumentos a usar en el discurso: el nacionalismo exacerbado convertido en religión y disfrazado de internacionalismo solidario, la alusión constante a la gratuidad del acceso a la sanidad y a la educación, el culto a los caídos en la lucha, la banderita agitada en un palito, los himnos, la patria como altar, Martí y siempre Martí, el victimismo encarnado en el enfrentamiento al “gigante imperialista que pretende violar nuestra sagrada soberanía”, la permanente presencia del líder supremo, único y carismático que en kilométricos discursos prometía y prometía un futuro luminoso tras unos pocos años de sacrificios. En fin, la historia que todos conocemos.

Ante tal despliegue de manipulación, muchos ─la mayoría─ caímos en la trampa y nos sumergimos en la corriente arrolladora de aquel río triunfal que nos aseguraba que éramos los valientes, los dignos, los salvadores de la humanidad miserable y amenazada en todos los continentes. Y nos hicimos milicianos, perdimos horas valiosas de nuestras vidas haciendo guardias inútiles y peleamos en Girón y en las lomas del Escambray contra aquellos que, en un ejercicio de marketing, llamaron bandidos.

Y nos apuntamos al socialismo, al marxismo-leninismo, a los CDR, a la FMC, a la UJC y a todo lo que había que apuntarse. Y llenamos la plaza para gritarle “¡Comandante en Jefe, ordene!” y QuienTúSabes, que estaba dispuesto a ser un lider mundial para satisfacer su ego descomunal, nos mandó como carne de cañón a que nos hirieran y nos mataran en guerras que después la historia nos ha confirmado que no eran las nuestras.

La mayor infamia que cometieron fue meternos en las venas el miedo. El miedo a hablar, a actuar, a pensar. El temor tremendo a lo que pudiera decir Fefa, la del Comité, o a lo que pudieran hacernos los segurosos que podían sacarte de tu cama en plena madrugada y destruirte metiéndote en sabe Dios que celda inmunda por los años que ellos quisieran.

Hay que reconocer que, desde su punto de vista, supieron hacer bien las cosas. Plancharon a los suyos que ya no les servían y buscaron sustitutos ávidos de servirles, neutralizaron y encarcelaron a los guapos que se atrevieron a ser disidentes, nos compraron con casas, carros y vacaciones en la playa, nos convirtieron en no personas de intereses primarios que vagaban buscando la cola donde resolver.

Cuando vimos que el caballo era un penco, que aquello que prometió no se cumplía, muchos de nosotros nos desencantamos, nos sentimos engañados y quisimos abandonar el barco. Pero ellos supieron jugar con las dos manos y con la izquierda nos abrieron Camarioca y Mariel para que nos fuéramos y la olla no estallara por tanta presión acumulada. Y los emigrados nos convertimos en parias dañados que andábamos por todas partes, ¡hasta en Alaska!, buscando una nueva vida que nos resarciera de tanto sufrimiento y un sitio donde poder comer frijoles negros, chicharritas y tamales. Y nos creímos libres sin darnos cuenta de que llevábamos muy grabados en la memoria los perversos conceptos que ellos nos habían inculcado para poder manipularnos: la patria, el himno, la banderita en un palito, Martí, La Habana, Varadero, las montañas gloriosas de Oriente, el amor al pueblecito en que nací, la Guantanamera… en fin toda la parafernalia de los cojones.

Sí, nadie puede negar que los malos hicieron bien las cosas que les convenían. Cuando aquello explotó como un siquitraque, cuando los países hermanos dejaron de ser hermanos y de mandarnos suministros y se evidenció que su burocrática revolución de economía estatal era una mierda absoluta, a quienes se quedaron y a los que nacieron después del 59 y no conocen otra cosa los sometieron a un invento llamado Período Especial. Los que nunca supieron lo que era depender de la libreta para comer y vestirse disfrazaron con himnos y cancioncitas novatroveras, nuevas exhortaciones al sacrificio, noticias falsas sobre el sobrecumplimiento del plan de cebollas, etc. su política de siempre: “la gente, la población, que se fastidie mientras yo siga viviendo como Carmelina”.

Y en cuanto vieron que la calle se estaba poniendo en candela, aflojaron un poco el yugo y permitieron los negocitos particulares, la tenencia de divisas, los viajecitos sin represalias a Miami, los telefonitos y el reguetón. Y así los tienen entretenidos, sentados en los parques donde hay wi-fi, esperando que el familiar que se fue les haga una recarga, bailando como reparteros, jugando imperturbables al dominó en medio del ciclón, sumidos en la chusmería, vendiéndose a los extranjeros y creyéndose el ombligo del mundo porque “los cubanos estamos por encima del primer lugar y no hay más ná, asere”.

Los malos, que ahora son otros, pero son los mismos, continúan y continuarán allá arriba, en la punta de la pirámide. Y los de abajo, ahí los pueden ver, olvidados de la política, atravesando como pueden el día a día y aplaudiendo a fantasmas como Manzanero que con 84 años, el pobre, es un anciano que ya no da más de sí.

Ahí los tienen, grabando el concierto de Santa Rosa con sus telefonitos, felices de vivir en el mejor de los mundos y esperando que aquello mejore con el nuevo presidente nombrado a dedo y la reforma constitucional que está preparando el Partido.  ¡Ay, Cuba, Cubita bella! ¡Quién te ha visto y quién te ve!


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