Revista Opinión
EL ALCALDE DE MADRID no debería tomarse tan a la ligera el creciente problema de la contaminación atmosférica en Madrid. Y lo digo, precisamente ahora que la inestabilidad meteorológica le va a dar una tregua, quitándole la enorme presión mediática que en ocasiones tanto paraliza a los políticos. Escurrir el bulto, minimizarlo y despreciar la inquietud de la gente no es, desde luego, el mejor camino para solucionar un problema.
Es la hora, por tanto, de la pedagogía y de los especialistas en la materia. Y sólo desde esa perspectiva, sin el apasionamiento de la refriega electoral, se podrá empezar a rebajar las emisiones. Lo más fácil, pero también lo más insensato, es adoptar una esa pose negacionista. Yo no sé si, como sostienen algunos, respirar un día en Madrid equivale a fumarse media cajetilla de cigarrillos o si los tubos de escape de los vehículos, sobre todo de los motores diésel, emiten seis veces más partículas que los de gasolina. Desconozco, igualmente, si la contaminación es un factor de riesgo cardiovascular, pero lo que sí tengo claro, esa es al menos mi percepción, es que si mejora la calidad del aire habrá menos muertes y que la legislación no debería ser tan complaciente con los límites permitidos de partículas.
Lo más fácil, pero también lo más estéril, es enredarnos en si el ministerio avaló o no el cambio de los medidores de contaminación. El hecho cierto es que las estaciones fueron apartadas de las zonas más contaminadas y que resulta más que razonable pensar que se hizo para maquillar los datos. Claro que la polución no entiende de distritos ni conoce límites territoriales. Las emisiones producidas, por ejemplo, en Getafe o Leganés llegan a Madrid, y viceversa, con lo cual lo más coherente sería actualizar la normativa estatal elaborando un plan nacional de calidad del aire de acuerdo con los Ayuntamientos y las Comunidades Autónomas.
Decir, como ha dicho Gallardón, que el aire de Madrid está mejor que nunca o que la culpa es de Zapatero por aplicar unas políticas antiguas que fomentan el uso de vehículos diésel, es más que una simplificación, una falta de respeto a todos los que íntimamente pensamos que esta factura la estamos pagando ya en términos de salud pública. Esa queja de “Zapatero asfixia a Madrid”, que ya aplicó en otro contexto su amiga Esperanza Aguirre, no es la respuesta que esperan los madrileños de un responsable político. O mejor, de un político responsable. Otro gallo nos cantaría si la lucha contra la suciedad atmosférica diera votos. De Botella, doña Ana, mejor no hablar. En ocasiones, la incompetencia asfixia más que la contaminación y el paro juntos.