Uno de los peores errores que se pueden cometer es creerse uno más listo de lo que es y, en cualquier caso, creerse siempre más listo que cualquier otro. Y, no es que yo desee pasarme de lista, pero me parece que esta costumbre de tomarnos por tontos a todos suponiendo que se cuenta con una inteligencia preclara se está extendiendo por el mundillo de la política y aledaños a la velocidad de la luz que les falta. Quizá el hecho de haber llegado hasta donde están sea el que les empuje a convencerse de que deben de ser más que el resto sin que la casualidad ni la ceguera generalizada funcionen como eximentes. Y puede que el añadido de que traguemos siempre con todo sin atragantarnos ayude a sobrealimentar este convencimiento hasta límites insospechados. Puede ser. Pero, a mí, como pueblo, se me empieza a indigestar un poco el papel que me toca en este reparto de inteligencias fingidas.
Una puede ir llevando eso de pasar por tonta más o menos dignamente durante un tiempo prudencial y hacer como que los listos son siempre otros, incluso ellos, para ver si con el subidón de autoestima van poniéndose a solucionar algo sin que nos enteremos. Pero una misma deja de llevarlo con la misma entereza si, una vez que los tenemos convencidos de que los listos son ellos, este pensamiento sólo los conduce a considerar que no fue bastante con apoyar la integridad de Camps, la rectitud de Bárcenas, la decencia de Carlos Fabra o la inocencia de Granados, entre otras muchas cualidades que han venido salpicando al partido, como para no jugársela también por Monago a la hora de la verdad (una hora menos en Canarias). Y sea esta misma idea la que lleva a Ana Mato a tomar la decisión de dimitir de su ministerio argumentando que su nombre vinculado al de la Gürtel podría perjudicar al susodicho ministerio, pero dando por hecho que no perjudica en absoluto al parlamento, cuyo asiento no pretende abandonar. O cuando esta misma fe en sus virtudes intelectuales y en el defecto de las nuestras sirve para iluminar los adorables intentos de Soraya por aparentar que es posible gozar de un gobierno de manzanas buenas sacadas del cesto podrido del PP, en un momento en el que, lejos de sus propias filas, pocos se atreven ya a poner la mano en el mimbre.
Hace cosa de un año, la OCDE ponía de manifiesto que los españoles, en cuestión de números, andamos más flojos que de tripas. Un dato agregado que asiste a nuestro gobierno al estimar que los españoles hayamos podido no caer en la cuenta de que el 75% de los ministros de Aznar está, a día de hoy, imputado por alguna nadería, habiendo cobrado en diferido o, directamente, durmiendo entre rejas y hormigón sin merecerlo. Pues así parece ser. Lo peor de esta costumbre tan fea de ponerse a airear los trapos sucios de nuestros políticos es que sólo sirve para molestar a la gente de bien mientras el obrero de siempre se sirve de su posición en la fila del INAEM para quejarse sin hacer nada a cambio de cobrar un subsidio. Tan es así que, cada vez con más frecuencia, tienen que andar nuestros ilustres mandatarios inventando votaciones independentistas de pega y otros despistes para acallar a las malas lenguas y seguir manteniéndonos en la más fascinante inopia.
No obstante, existe un peligro derivado de creer que uno está dotado de una inteligencia superlativa, y es que resulta tentador caer en el riesgo de abandonar por completo el sentido del ridículo. De tal modo que, cuando lo de la corrupción empieza a ser una contrariedad incluso para los integrantes del gobierno, pongo por caso, se acabe determinando que, para corregir el escándalo, lo suyo sea sacar a Esperanza Aguirre a plantear un examen de honradez en el que el interrogante estrella ponga al candidato en el brete de tener que reconocer que llega a la política a robar lo que no es suyo. Un poco en plan aerolínea trasatlántica tratando de pillar al pasajero en un renuncio al preguntarle si viaja a EEUU para matar al presidente con la esperanza de que la verdad se imponga. "Pues mire, sí, tengo que reconocerlo; matar puedo, pero mentir, no."
Paradójicamente, de toda esta partida de listillos, es el jefe el que menos ínfulas se gasta. Ese Mariano tan de andar por casa, que, entre pasarse de listo o hacerse pasar por tonto, decide pasar de todo. Volviendo a los tercios catalanes, últimamente, dicen mucho los de la izquierda y algunos de la derecha que Mariano Rajoy, con eso de la consulta independentista de imitación, no ha estado a la altura, que no le ha prestado la atención que se esperaba, que no se explica, que ha sido más presidente del Gobierno que político, que no ha comparecido lo bastante, que se le ha ido de copas el asunto. Ganas de hablar por no callar. Justo lo que Mariano no tiene. Yo creo que ha llegado un punto en que, a Rajoy, como se deja, es que ya se le critica por deporte. Y, aunque, a mí, el deporte, así entendido, me arrebate las horas muertas, considero que todo tiene un límite menos la materia infinita y el fraude en este país. Mariano, fiel a su estilo, hizo poco más o menos lo que la mayoría esperaba; despejar la cuestión aclarándonos, con la ayuda de algún estadista de probada pericia, que si un tercio de los catalanes acudió a votar, hubo exactamente dos tercios que no lo hicieron, y, unos días más tarde, personarse en Barcelona para hablar exclusivamente con los suyos, como si el teléfono fuera uno de esos ingenios aún por descubrir y él el único que no se ha enterado de que hay viajes sin sentido que están dando mucho que hablar.
Entretanto, las altas instancias todavía deben de andar preguntándose si Artur Mas cometió alguna ilegalidad por desobedecer al Tribunal Supremo y gastarse ocho millones del erario público en poner en marcha una consulta inconstitucional que tenía prohibida por ley. Porque no está claro. Parece ser que puede no ser ilegal si eres el presidente de la Generalidad de los catalanes y tienes muchas ganas de independizarte, como tampoco lo es circular a 250 km/h por una autopista española si tienes mucha prisa. O si este mes, que es Navidad, cualquiera de nosotros va al banco a sacar dinero y, en lugar de sacar veinte euros con tarjeta, saca veinte mil a punta de cuchillo jamonero. ¿Constituye delito? "Yo diría que no, señoría, porque es que este mes yo tengo muchos gastos." Seguramente el magistrado comprobará el calendario y dictará: "Tiene usted razón, hizo bien, me hago cargo. Pero, para subir la cuesta de enero, ya que se pone, saque usted cuarenta mil de un golpe y no sea tonto." Pues, con el debido respeto, señorías, va siendo hora de que llegue el día en que no nos tengan que decir que no seamos lo que no somos.
Para seguir este blog entra en http://www.facebook.com/UnRinconParaHoy y pulsa Me Gusta