Estrella Digital - Rui Vaz de Cunha
Desde mi apacible
heredad, en este bello otoño en la antigua Salaria, es decir, la hoy Alcácer do
Sal, rodeado de olivos, alcornoques y naranjos, sigo meditando sobre el secreto
en Portugal.
Me hundo en la inactualidad, lo que en estos tiempos en que
todo es espectáculo, constituye un puerto de abrigo. Y me acerco a todo ese
movimiento masónico, tan insertado en nuestra sociedad hasta hoy en día, a
pesar de salazarismos, represiones y prejuicios. Y que es inactual sólo a
medias.
Las sociedades secretas siempre proliferaron en Portugal,
desde los templarios, luego Ordem de Avis, hasta los Rosacruces, caros a
Fernando Pessoa. Hace un par de semanas hablaba del secreto en Portugal, que
estas líneas prolongan, aunque sean secretos más propios de Polichinela que de
los oscuros y a veces siniestros asuntos de Estado.
La Masonería en Portugal es no sólo muy visible como sobre
todo omnipresente. No hay despacho oficial, consultorio médico de alcurnia,
reputado bufete, club deportivo o congregación social, en el que un masón no
pase las mejores horas de la existencia. Cuando uno abre, por ejemplo, las
páginas del anuario del Colegio de Abogados descubre que los apellidos se
repiten y que las sagas ilustres de nuestros prohombres del foro se
corresponden con las de los grados más altos del Grande Oriente Lusitano, el
GOL. Lo mismo ocurre con el escalafón militar y con el de los altos cuerpos de
la Administración del Estado. Las universidades, sobre todo las de más reciente
creación, siguen la misma pauta, con la excepción de nuestra querida aunque
algo obsoleta e inoperante Universidad, tal vez la única que uno debería
escribir con mayúsculas, que es la de Coimbra.
La masonería lusitana –que se llamaron pedreiros livres- se
caracteriza por apoyar a sus hermanos a machamartillo. Esto, que podría parecer
bueno, puede no serlo tanto cuando uno observa la catadura de algunos de sus
miembros, envueltos una y otra vez en toda clase de escándalos de muy diversa
índole. Uno, que ve las cosas desde fuera, a veces se lo ha comentado a sus
amigos masones, especialmente a Artur, gente respetable donde las haya: para
salvar el resto del numeroso rebaño, más vale sacrificar a tiempo las ovejas
negras. Uno de los Grandes Maestres recientes fue Raul Rêgo, constitucionalista
y socialista, fallecido en 2002. Entre los pedreiros se han contado el
emperador don Pedro I y el marqués de Pombal.
Se dice que los masones estuvieron detrás del asesinato del
rey don Carlos (ese regicidio con más de un siglo de retraso), en 1908,
decisión que se adoptó en un restaurante de la vieja Lisboa, Estrela da Sé,
frente a la iglesia de San Antonio, que tiene exactamente el mismo aspecto que
hace más de un siglo. Con mi amigo masón, Artur, almuerzo bastante
aceptablemente, aunque el vino sea un desastre, en un comedor en el que cada
día comparten mesa y manteles muchos de nuestros políticos, periodistas y
magistrados. Hay que visitar la sede del Grande Oriente Lusitano, en un palacete, en
el Bairro Alto, con su pequeño museo donde el viajero curioso puede descubrir
no pocos secretos de la masonería portuguesa. Y si el lector es coleccionista,
preste atención a alguno de los mercadillos de antigüedades que se organizan en
la explanada de Belém los primeros y terceros domingos de cada mes, y los
sábados en la Feria da Ladra. Yo ya he encontrado delantales y demás arreos de
las logias.
Es algo que en general no se encuentra en ningún país. Provendrán
de alguna viuda harta de los recuerdos, o de algún masón en dificultades
económicas, lo que en Portugal ahora es muy corriente.
Fuente: Estrella Digital - Cartas desde Lisboa - Rui Vaz deCunha