No me cabe la duda de que los medios de comunicación atraviesan un campo minado. Siempre lo han estado, pero ahora son fiscalizados por todo, y por miles de críticos con voz. A eso súmenle el pánico de las gerencias por las cifras en descenso de muchos medios.
Hoy, cuando las ansias de información se traducen en millones de consultas a los medios digitales, la tentación de atraer usuarios con titulares engañosos es muy común. Y aún cuando las noticias sean verdaderas, el marcado entusiasmo por compartir las negativas resulta muy evidente y, por ende, estimulan el hastío con el tema.
A los medios les propongo algo: Es claro que nunca estará bien ocultar la verdad, pero sí es un deber en estas circunstancias, cambiar la estructura de las noticias. Al hablar del impacto del coronavirus, comencemos por las cifras de pacientes recuperados y no por las de fallecidos. Repito: No se trata de autocensurarse y dejar de contar la verdad, sino de narrarla y explicarla con criterio y empatía.
A estas alturas corremos el riesgo de que las audiencias ya no quieran consumir información porque sienten que sólo encuentran malas noticias, que cada contenido es una lista de tragedias para aminorar el ánimo colectivo. La muestra de esto es que aumentó el consumo de entretenimiento. Según un estudio de MediaCom en la primera semana de la cuarentena, la audiencia de la TV por cable aumentó 26% y los canales nacionales, 55%. Más diciente aún lo que aumentaron las plataformas de video como Netflix (270%) y Claro Video (164%). El consumo de películas aumentó 100%.
El periodismo de servicio es hoy más necesario que nunca. Por eso, invirtamos el orden de las noticias, comencemos primero por las buenas y, luego, el resto. La realidad ya es muy dura como para que su relato permanente y sin filtro nos siga haciendo daño. Contemos esas buenas noticias de organizaciones y personas ordinarias que hacen cosas extraordinarias, y que resultan terapéuticas en esta coyuntura.
A la crisis la vencemos, o por lo menos la atenuamos con las vacunas de la responsabilidad y el optimismo.
Nota: Esta columna fue publicada originalmente en Vanguardia el día 16 de abril de 2020.