El pasado 8 de mayo participé con gozo en el acto de graduación de los alumnos de periodismo de la Universidad Francisco de Vitoria. Estos actos, además de emotivos son ocasión propicia para lanzarles a los alumnos una de las últimas píldoras formativas.
No es cuestión de muchas palabras porque la emotividad nubla el entendimiento y entre ojos vidriosos es más complicado que un mensaje deje huella.
Por eso me limité a recordarles la importancia de la profesión que habían elegido. Y, en homenaje a ellos y porque creo que es interesante recalcar algunas notas que distinguen al periodista de otros menesteres me gustaría simplemente dejar una pequeña huella de mi intervención.
Estoy convencido que el periodismo es lo mejor que me ha podido pasar, profesionalmente hablando, en mi vida. Pero a la suerte de ejercer “el mejor oficio del mundo” en palabras de García Márquez, se le une la absoluta consciencia de la importancia de este trabajo.
El periodista es un servidor. No trabaja para él, ni siquiera para su empresa. El periodista trabaja para el bien común, para los demás. Si tiene sentido su labor es porque el periodista tiene que contar a los demás lo que los demás no alcanzan a ver.
Decía Iñaki Gabilondo en una lección magistral en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de Sevilla, titulada “Ser periodistas”, que paseando por la redacción, de vez en cuando a algún compañero joven que veía escribiendo, le cogía la hoja, le daba la vuelta y le pedía que le contara lo que estaba escribiendo. Y añadía, “contemplo con horror que muchas veces no saben ni lo que están escribiendo y que luego van a contar a los demás”.
El periodismo es vocación pero es responsabilidad. La responsabilidad que otorga, no sólo legalmente la Constitución en nuestro caso, sino aquella que se deriva de la plena conciencia de que de lo que hacemos mucha gente se hace su idea del mundo y de las cosas que pasan.
Y al servicio y la responsabilidad se le unen otras dos notas que debe tener muy presente el periodista: la humildad y la prudencia.
La información es poder y parece lógico pensar que cuanta más información se tiene, más poder se acumula. Y parece lógico pensar también que cuanto más poder se acumula más prepotente se vuelve la persona. Y no debe ser así en el periodista. El periodista debe saber ejercer su profesión sin más pretensión que la de tener la conciencia tranquila del trabajo bien hecho y no buscando el halago gratuito que alimente su vanidad.
Y prudencia. La prudencia no es cobardía, es hacer y decir en cada momento lo que se debe hacer y decir.
Había un senador que decía que siempre que alguien dice que dos más dos son cuatro, algún cretino le dice que son seis, pero surge un tercero que en pro del necesario diálogo y respeto a las opiniones ajenas acaba concluyendo que dos más dos son cinco. Pues no! Dos más dos son cuatro por muy extrema e imprudente que parezca esta postura.
En definitiva, tres cualidades morales para ejercer el periodismo y que San Juan Pablo II sintetizó “al afirmar que el periodismo es un auténtico compromiso con el bien común, un bien que no se reduzca a los estrechos intereses de un grupo particular o nación sino que acoja las necesidades e intereses de todos, el bien de la familia humana entera, transmitiendo la verdad sobre el valor y la dignidad de toda persona humana”.
Sólo me queda dar la enhorabuena de corazón a esta nueva generación de periodistas de la Universidad Francisco de Vitoria, sin duda listos para dignificar esta maravillosa profesión que han elegido.