Hace ya 450 años, los últimos comerciantes y fabricantes de la seda, fueron deportados en masa al interior de Castilla por el rey Felipe II, tras la rebeldía, levantamiento y Guerra de la Alpujarra, a decir de los historiadores de la época, la más sangrienta que se produjo en todo el continente europeo. Eran los sucesores de los tan afamados comerciantes del reino nazarí de Granada, que llevaron sus espléndidas telas por todo el Mediterráneo. Desde el reino de Tetuán hasta el otomano de Estambul, las mujeres vistieron la seda que se fabricaba en Granada.
La Guerra de la Alpujarra tuvo muy graves consecuencias, entre ellas la salida de todos los moriscos del reino de Granada. Don Juan de Austria, que había sido enviado por su hermanastro Felipe II para resolver el conflicto, concedió una partida de moriscos del Albaicín al entonces señor de Pastrana, Ruy Gómez de Silva, que, junto a su esposa, doña Ana de Mendoza de la Cerda, más tarde príncipes de Éboli, instauraron un mecenazgo sobre estos fabricantes y comerciantes, creando un verdadero emporio de la seda en el interior de Castilla.
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Los mercaderes moriscos de seda y taracea de Pastrana
Estos comerciantes se hicieron muy famosos en los mercados de la Corte, por entonces en la villa de Madrid, en Toledo y en el de Medina del Campo. Finalmente, las mujeres castellanas, vistieron las mismas sedas que las voluptuosas mujeres de los harenes de los sultanes y califas árabes, para lucir sus bellos cuerpos entre las magníficas telas creadas en Pastrana.
Hay comerciantes tan famosos como Hernán López el Ferí, con unas rentas anuales de más de 9.000 ducados, con 15 telares de seda repartidos por todo el Albaicín de Pastrana, con tanta necesidad de manufactura, que tuvo que ceder 4 telares más a los monjes del monasterio de San Pedro, para que le ayudasen en la fabricación; que puso tienda de venta de telas en la propia villa.
Otro como el conocido Álvaro Hermez, casado con una cristiana vieja, algo muy raro entre los moriscos que solo aceptaban el matrimonio entre los de su misma raza, que fue protegido de la princesa de Éboli.
Alguno más que no trabajó la seda, pero sí la taracea, haciendo espléndidos muebles con maravillosos dibujos de incrustaciones de nácar y maderas nobles, Gonzalo Hernández, llegó tan pobre a Pastrana que el propio príncipe Ruy Gómez, le prestó el dinero necesario para que iniciase su oficio.
Estos moriscos hicieron renacer la ciudad del Albaicín en un barrio de Pastrana, al que pusieron el mismo nombre, con sus cármenes y jardines bañados por el río Arles en lugar del Darro, que contribuyeron al desarrollo de una industria necesitada de un alto grado de tecnología y de una organización singular, en una comarca eminentemente agrícola.
Treinta años duró el emporio, incapaces de mantener una industria beneficiosa para todos, como tantas cosas que los castellanos hemos destruido en favor de otros, fuimos intolerantes con su cultura. Felipe III, hostigado por sus consejeros los expulsó de los Reinos de Hispania.
Cervantes nos dejó escrito en el Quijote el sentir de estos moriscos:
“Doquiera que estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural”.
“… y es el deseo tan grande, que casi todos tenemos de volver a España, que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua como yo, se vuelven a ella, y dejan allá sus mujeres y sus hijos desamparados: tanto es el amor que la tienen.”
Autor: Enrique Lillo para revistadehistoria.es
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Bibliografía
- Luis de Mármol y Carvajal, Historia de la rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada.
- Ginés Pérez de Hita, La guerra de los moriscos, segunda parte de las guerras civiles de Granada.
- AGS,CCA,leg.2161,100-101
- AGS,CCA,leg.2161,170
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