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Los métodos de ejecución más brutales de la historia

Publicado el 18 enero 2024 por Viriato @ZProvincia

Morir crucificado, devorado por bestias, descuartizado o aplastado por un elefante se cuentan entre las condenas más horribles que podía sufrir un ser humano.La pena de muerte está prohibida en muchos países y hoy día es una cuestión debatida en muchos de los que siguen aplicándola. Sin embargo, la abolición de la pena capital no empezó a darse hasta el siglo XX y, en la mayoría de los casos, perduraron hasta finales de la centuria. Es decir, el ser humano ha llevado a cabo la ejecución de presos durante prácticamente toda la historia y, a lo largo de los años, la justicia de imperios, estados y demás instituciones que hayan gobernado un territorio han aplicado la pena de muerte con diversos métodos de tortura realizadas en público con una finalidad ejemplarizante y advertencia para quienes se planteasen ir en contra de las normas.

Crucifixión

Posiblemente el método más conocido de la lista por la simbología que adquirió con el cristianismo a raíz de la ejecución de Jesucristo. Cicerón afirmó que la crucifixión era el castigo “más cruel y aterrador” que había. Era una manera de humillar en público al condenado y someterlo a un padecimiento tan doloroso como lento hasta encontrar alivio en la muerte.
Aunque hoy día se adjudique este método al Imperio romano, la crucifixión fue empleada por culturas precedentes a los romanos como los griegos, los macedonios, asirios y los persas, quienes parece que fueron los inventores del suplicio.
Los métodos de ejecución más brutales de la historia
Desnudos, los reos eran apaleados antes de ser atados o clavados a un árbol, un poste o, más común con los romanos, una cruz. Ahí quedaban expuestos a todo y a todos. Luis Antequera es autor de un libro en el que cuenta la historia de este método y hace hincapié en la variedad de muertes que sufrían los crucificados, eso sí, todas tenían algo en común:
“El suplicio de la crucifixión era muy distinto de una persona a otra. Había reos que morían de asfixia, otros devorados por los perros, otros de frío, de sed... El crucificado estaba indefenso, inerme, y muchas veces a merced de los cuervos y de las alimañas. Como poco, la muerte no sobrevenía hasta pasadas 24 horas. Pero hay un testimonio que habla de una crucifixión en la que los condenados a esa pena, un matrimonio de cristianos, tardaron en morir nueve días. Los crucificaron el uno frente al otro, para que el marido viera los padecimientos de su mujer y esta los de él”.

'Damnatio ad bestias'

Otro método de ejecución ligado a los romanos y también a los primeros cristianos fue la damnatio ad bestias. No solo era una ejecución pública, sino que se presentaba como un espectáculo en el que el condenado era arrojado a animales salvajes que acababan con él.
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Atado, enjaulado o simplemente liberado en la arena del circo o el anfiteatro, el reo podía ser presentado como una macabra recreación real de algún mito en el que el protagonista se enfrentase a bestias. Esta ejecución solía acabar con el condenado mutilado ante el ataque de bestias azuzadas por ayudantes que asustaban y enfurecían a leones, osos, tigres, panteras o toros.

Águila de sangre

Este método de ejecución tenía un componente ritual y fue empleado por los nórdicos. Si bien es cierto que hay que tener en cuenta que solo conocemos este tipo de sacrificio humano por algunas sagas, sin que la literatura haya podido ser apoyada por evidencias arqueológicas ni otros textos contemporáneos a los vikingos. Es por ello que la realidad histórica del “águila de sangre” está en entredicho y muchos historiadores lo toman como mera leyenda.
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Sin embargo, Luke John Murphy, de la Universidad de Islandia, reunió a un equipo de científicos para estudiar si, al menos, es posible realizarse este castigo según la anatomía del ser humano. La conclusión a la que llegaron es que sí. En cuanto a la ejecución en sí, consistía en una espeluznante tarea que podemos leer en textos como la Saga de Harald:
“Entonces Einar Jarl fue hacia Hálfdan. Grabó un águila en su espalda introduciendo una espada en la cavidad del pecho hasta la columna vertebral, cortó todas las costillas hasta las lumbares y sacó los pulmones a través del corte. Esa fue la muerte de Hálfdan”.

Ahorcado, arrastrado y descuartizado

Si hubiera que dar un premio al nombre de ejecución más descriptivo, estaríamos de acuerdo en cuál sería el ganador. Se trata de un tipo de ejecución llevada a cabo en Inglaterra desde el siglo XIII como castigo a los condenados por alta traición. Una auténtica carnicería, también en público, de la que se conocen casos hasta el siglo XIX.
El reo era atado a un caballo y lo arrastraban desde la prisión al lugar de ejecución. A continuación, se le colgaba y muchos tenían la suerte de morir ahorcados, pues lo siguiente era cortarle las partes nobles, destripar al condenado, decapitarlo y descuartizar el resto del cuerpo. Por si no resultaba suficiente el extremo castigo como advertencia a la población, a veces se exhibían los restos del ejecutado en lugares concurridos.
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Muchos de los que sufrieron esta condena fue por su participación en complots religiosos, como ocurrió con Guy Fawkes (en el que se basa la máscara del cómo V de Vendetta) y los demás católicos de la Conspiración de la pólvora. En 1803 se ejecutó por este método a otro conspirador, Edward Despard, del que tenemos una crónica de lo más violento:
“Este llamamiento enérgico, y a la vez incendiario, fue seguido por un aplauso tan entusiasta que el sheriff insinuó al clérigo que se detuviera y prohibió que se procediera con la ejecución del coronel Despard. Se le taparon los ojos con la capucha y se le dijo que se corrigiera el nudo que tenía bajo la oreja izquierda, entonces, siete minutos antes de las nueve en punto, se dio la señal, la plataforma bajó y todos ellos emprendieron el viaje hacia la eternidad. Gracias a las precauciones tomadas por el coronel, pareció que sufría muy poco, y los demás tampoco forcejearon mucho, excepto Broughton, que había sido el profano más indecente dentro de los convictos. Wood, el soldado, murió de una manera muy dura. Los verdugos se colocaron por debajo y no paraban de estirarlo por los pies; manaron muchos chorros de sangre de los dedos de Macnamara y Wood mientras estaban suspendidos. Después de haber sido colgados durante treinta y siete minutos, bajaron el cuerpo del coronel y, media hora después de las nueve —tras desgarrarle la chaqueta y el chaleco— se le estiró sobre serrín, con la cabeza apoyada sobre una piedra. En ese momento un cirujano intentó cortarle la cabeza con un cuchillo de disección corriente, pero falló en su intento; siguió probando hasta que el verdugo se vio obligado a tomar la cabeza entre las manos y retorcerla varias veces hasta que, no con pocas dificultades, fue separada del cuerpo. El verdugo mostró la cabeza en alto y exclamó: «¡Contemplad la cabeza de Edward Marcus Despard, un traidor!» Los otros condenados fueron tratados de igual manera, y la ceremonia concluyó a las diez en punto”.

La rueda

En la Europa germánica de la Edad Media y Moderna se dio otro método de ejecución al que se agregaba una tortura dolorosa y lenta. Casi como una evolución más cruel de la crucifixión, el suplicio al que sometían a los condenados era esperpéntico. El reo era atado y el verdugo se encargaba de romperle todos los huesos y articulaciones con un mazo o una barra de hierro. El cuerpo dislocado era entonces colocado en una posición grotesca sobre una rueda que, sujetada a un eje, se dejaba elevada en posición horizontal con el reo expuesto y respirando con dificultad hasta morir:
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“Una especie de gran títere aullante retorciéndose como un pulpo gigante de cuatro tentáculos, entre arroyuelos de sangre, carne cruda, viscosa y amorfa mezclada con astillas de huesos rotos”.

Aplastamiento por elefante

El equivalente asiático a la rueda podría ser esta ejecución en la que el condenado sufría las embestidas y era pisoteado por un elefante. La muerte debía de ser parecida a la descrita en el método anterior y también se hacía en público con la misma intención ejemplarizante que todas las ejecuciones recogidas en este artículo. Se ha conservado un documento del siglo XIX hallado en Vadodara, una ciudad de la India, en el que se cuenta que:
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“El hombre era un esclavo, y dos días antes había asesinado a su dueño, hermano de un jefe nativo llamado Amir Sahib. Alrededor de las once fue traído el elefante, con sólo el conductor en su espalda, rodeado de nativos con bambúes en las manos. El criminal fue colocado tres yardas detrás, en el suelo, sus piernas atadas por tres cuerdas, que a su vez estaban atadas a un anillo en la pata trasera derecha del animal. A cada paso que daba el animal le arrastraba hacia delante, y cada ocho o diez pasos le dislocaba algún miembro, que cuando el elefante había avanzado unas quinientas yardas estaban ya todos sueltos y rotos. El hombre, aunque cubierto de lodo, mostraba todos los signos de vida, y parecía estar pasando por el peor de los tormentos. Tras haber sido torturado de esta forma alrededor de una hora, se le llevó fuera de la ciudad, en donde el elefante, que está entrenado para este propósito, avanzó marcha atrás y puso su pata encima de la cabeza del criminal”.

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