Pero para todo buen entrenador o jugador, esto no es precisamente así.
Un buen entrenador sabe que esos minutos pueden marcar la diferencia en la vida deportiva de un jugador novel o en la trayectoria de futura de un equipo.
Son minutos, que si son bien aprovechados, pueden servir para el desarrollo de cualidades que en otras circunstancias no tendrían la misma oportunidad y/o para ensayar en una situación real futuras estrategias que se deseen probar.
En educación, esos minutos, nada "basura", pueden tener más importancia de lo que creemos, pueden servir de energía renovable necesaria para nuestros alumnos.
Cuando las clases apenas comienzan, o cuando llegan a su fin, unos minutos después de haber terminado la jornada, un cruce de pasillos, un pequeño instante de un recreo, un instante casual de encuentro... cualquiera de esos momentos, pueden marcar la diferencia en el devenir de la vida de nuestros alumnos y alumnas.
Este año he tomado por costumbre, dedicar unos instantes a que me cuenten las notas de sus exámenes de manera voluntaria y sin presionarlos o a reconocerles pequeños cambios en sus actitudes, por nimios que sean.
Y algún fruto recogen.
Hoy, sin ir más lejos, una alumna se acercó con celeridad para hablar conmigo cuando llegaba al aula. Le percibo con una sonrisa que se extendía de comisura a comisura de sus labios. Veo que busca algo en su dispositivo móvil mientras me dice que le había sacado una foto para la viera.
Me mostró una imagen de su examen de matemáticas con un 6,5.
No puedo describir la alegría que me causó. Sentí unas ganas enormes de darle un fuerte abrazo, pero no me atreví. Le di un pequeño golpe en la espalda y creo que mi cara le transmitió el resto.
Estamos hablando de una alumna que ha repetido cursos, que se encuentra cursando un programa de convivencia para la mejora del clima escolar y con una situación bastante complicada (ejemplo, bastante menor).
Ya el pasado año tuve la fortuna de darle refuerzo y comencé a percibir y reconocerle un cambio. Creo que se sintió apoyada.
El otro día, vi que su madre se encontraba hablando con la orientadora del centro y con la compañera que lleva las cuestiones de convivencia en el centro. No pude resistirme a pedir permiso para entrar un breve instante y transmitirle a la madre lo contento que me encontraba con la actitud de su hija. Valió la pena ver la cara de esa madre acostumbrada a ser llamada en cursos anteriores para cuestiones no tan gratas.
Creo que en mi centro, que no es un centro perfecto, hemos tenido la fortuna de tener, a lo largo de los años, bastantes compañeros que han hecho "política de pasillos" (en todo su mejor sentido). Pienso que todo esto ha tenido su efecto y el haber permanecido durante 20 años en el instituto, me ha permitido apreciar esta evolución en el centro y en el barrio.
Ya saben,