Revista Cultura y Ocio
Los ideales de la Revolución francesa han desaparecido con la restauración monárquica a principios del siglo XIX. En la nueva tiranía, Jean Valjean es encarcelado durante 20 años por robar una barra de pan para su sobrino enfermo. Cuando consigue la libertad condicional, Valjean huye y adopta una nueva identidad bajo la cual aspira a rehacer su vida. Pero la pobreza extrema domina Francia, y mientras una nueva revolución se forja en las calles, Valjean, siempre perseguido por el implacable inspector Javert, intenta cumplir una promesa del pasado y mantener a salvo a su ahijada Cosette.
Uno de los estrenos más esperados de las pasadas Navidades ha sido Los Miserables, la adaptación a la gran pantalla del musical basado en la novela de Víctor Hugo, que cumple 27 años desde que se estrenara y encandilara a millones de espectadores en medio mundo. La idea de llevarlo al cine lleva mucho tiempo deambulando por Hollywood, y finalmente han sido los estudios Universal los encargados de embarcarse en un complicado proceso de selección de actores, creación de decorados y de rodaje para llevar este obra al cine, confiando en el director británico Tom Hooper (injusto ganador del Oscar por El discurso del rey) para semejante tarea.
Los Miserables tiene un comienzo enérgico, se nos presenta el panorama de Francia y a los protagonistas con bastante fuerza, de modo que Valjean, Javert y Fantine brillan con luz propia. Tenemos números musicales destacados, como la huida de Valjean del hospital o la presentación de la taberna en la que vive Cosette. Sin embargo, el entusiasmo inicial no dura demasiado y la película pronto se hace demasiado pesada, sobre todo desde la escena de las barricadas, y no recupera el ritmo. Esto no se debe a que sea un musical y los personajes canten todo el rato, no, sino a la puesta en escena de Tom Hooper, quien en lugar de buscar la grandeza y resaltar la intensidad de la historia y las canciones opta por primeros planos muy cerrados en los que sólo vemos al personaje cantar, y luego abusa del plano holandés, con encuadres inclinados que acaban cansando, y de la cámara en mano; con lo que la épica de la historia brilla por su ausencia.
Si por algo se sostiene la historia es por los actores. Hugh Jackman, amante confeso de los musicales, está inmenso como Jean Valjean y llena la pantalla con su presencia. También destaca Russell Crowe como su contrapartida, el obsesivo inspector Javert, y sorprende verlo cantar; y por supuesto hay que alabar el trabajo de Anne Hathaway, con una breve pero muy intensa participación. Cuando ninguno de estos tres aparece en pantalla, la película se resiente, pues ni Amanda Seyfried ni mucho menos Eddie Redmayne (Los pilares de la Tierra) resultan creíbles en sus papeles. Completan el reparto Sacha Baron Cohen (El dictador), tan divertido y gamberro como siempre, y Helena Bonham Carter, quien para nuestra sorpresa hace de Helena Bonham Carter, el mismo y excéntrico papel de sus películas más recientes (y tristemente también de las próximas).
Los Miserables se queda a medio camino de la película que podría haber sido debido a una puesta en escena que no es la adecuada para la ocasión, con semejante historia y números musicales (apenas hay coreografías elaboradas en la película) se esperaba más grandeza. Lo que la salva un poco es el trabajo de tres actores entregados como son Hugh Jackman, Anne Hathaway y Russell Crowe,
Ficha de la película.