I. No dejes que una buena canción te estropee una buena historia
Asistir al espectáculo de Los miserables se parece -disculpen mi torpe comparación- a la experiencia de ir de cañas por tu ciudad; una vez has entrado en tres o cuatro bares, ya estás lleno. La acumulación de escenas musicales, sin apenas espacio al resuello, no deja mucho tiempo para masticar la carga de fondo que atesoran y ciertamente despista; acabas centrado más en el preciosismo de la puesta en escena y la fuerza de las canciones que en la historia. Será que Hooper buscaba eso, que descubriéramos la grandeza emocional de la obra de Hugo a través de un baño sin respiro de imágenes y canciones. Pero a mí -hay que ser sincero- me ha costado lo mío. No quiero decir con esto que la película aburra; lo cierto es que exceptuando algunos números musicales realmente difíciles, el ritmo no decae y te mantiene atento. Hooper arriesga con su propuesta y exige del espectador un esfuerzo extra. El hecho de no tener ni idea de inglés ayuda más bien poco a centrarte; estar pendiente de los subtítulos puede ser un incomodo para apreciar la película en todo su potencial. E
n ocasiones es mejor dejarte llevar por la música y empatizar con las emociones que transmiten los personajes. Estoy seguro que de haber tenido un mayor nivel de inglés, hubiera degustado la propuesta con mayor deleite. A esto hay que sumar que la elección de un formato musical sin descansos te obliga a una atención adicional. Puede que algunos de mis lectores, con tan solo haber dejado apuntar estas apreciaciones, ya sentirán tal agobio que desistirán de ver la película. No se amilanen y vayan a verla; es una experiencia audiovisual estimulante. No todo aquello que nos supone un esfuerzo, debe ser rechazado de antemano. Lo que les recomiendo si deciden ir a verla es que se olviden de estar pendientes de los subtítulos en las escenas de mayor carga emocional. Miren y sientan, déjense arrollar por las voces, perciban el miedo, la compasión, la rabia, el deseo de sus protagonista; disfruten de una puesta en escena espectacular, luminosa, siempre al servicio de la fuerza emocional de cada escena. Estoy seguro que después de verla les picará el gusanillo de saber algo más de la historia. Quizá decidan leer el libro o revisitar las anteriores películas que existen sobre la misma obra. En cualquier caso, Los miserables es, desde el punto de vista artístico, una película sorprendente, de estética estimulante, y algunos de sus números musicales logran emocionar, empatizar con el drama y los ideales de sus protagonistas.II. Víctor Hugo made in USANo es difícil percibir, bajo la capa de emociones universales que atraviesa el devenir de los personajes, el enfoque cultural que define la propuesta de Tom Hooper. No quiero decir con esto que exista en la película el atávico tufo patriótico al que nos tiene acostumbrado el mainstream hollywoodense (a excepción quizá del epílogo revolucionario que antecede a los títulos de crédito finales). Me refiero más bien al habitual recurso a valores como la lucha contra los totalitarismos y el ser humano hecho a sí mismo, tomados como ejes discursivos que atraviesan las motivaciones de sus protagonistas y que en ocasiones se alejan de las emociones y las ideas que Víctor Hugo subraya en su obra, tales como la compasión o el universalismo. Por otro lado, las escenas de la lucha obrera parecen extraídas del famoso cuadro de Delacroix, no aportan mucho más allá de tópicos comunes. Hooper pone en segundo lugar las referencias sociopolíticas de la historia y remarca la carga emocional de los monólogos musicales de sus personajes. Los diálogos solo operan a modo de nexos narrativos. A Hooper le interesa subrayar emociones, no acciones o ideas. Con ello se aleja de la riqueza del realismo literario del texto original y sus intenciones didácticas. El formato musicado se ajusta mejor a una muestra de emociones que al panfleto político. Los miserables contiene un par de escenas de este tipo, pero parecen estar hiladas para justificar el contexto social en el que se inserta la trama. Igualmente, Hooper inserta una hilarante escena costumbrista en una taberna, pero no deja de ser un refresco en medio del drama mayor que circunda la historia.III. ¿Qué sucede cuando adaptamos una dramaturgia musical al cine?
Los miserables es un musical compuesto por numerosos monólogos y diálogos, interrumpidos por un breve interludio narrativo que une unos con otros. En cada escena se representa las emociones de los personajes, su lucha interior, sus incertidumbres y sus anhelos. Sin embargo, este formato rompe a mi juicio la unidad discursiva. Parece como si asistiéramos a decenas de entremeses líricos, ligados por una trama común, pero que en ocasiones quiebran el ritmo de la película. El espectador asume desde el principio entrar en una montaña rusa. Cuando aún no hemos logrado masticar el drama de un personaje, una escena nueva nos obliga a empatizar con las reflexiones del siguiente. Esto trastoca la armonía narrativa a la que estamos acostumbrados en una sala de cine.
En otros musicales, los números están suficientemente desligados unos de otros a través de escenas que hacen avanzar la historia. En Los miserables no hay tiempo de espera, no hay corte significativo entre una canción y otra. El espectador es sometido a un baño ininterrumpido de emociones musicadas hasta el final de la cinta. Esta es la limitación y la virtud de la película de Hooper. Se debe en exceso a su referente teatral, vive de él y se ajusta a su estructura. La única diferencia reside en que el cine permite recrear ambientes, generar una puesta en escena efectista que situe al espectador en el contexto en el que viven los personajes e intensifique la fuerza emocional de la trama. Es esta puesta en escena la que aporta aire fresco, un oasis entre tanto número musical. Su riqueza artística es de un talento indiscutible. Dibuja cuadros de una belleza indescriptible. Esto no lo puede aportar una obra teatral.
A esto hay que añadir otra virtud de la obra fílmica respecto a la teatral. La película permite elegir el plano en función de las emociones que se quieren transmitir, mientras que en la obra teatral tenemos un escenario como plano fijo. Hooper consigue en algunas escenas dejar al espectador clavado literalmente en la butaca, manteniendo un primer plano durante minutos, sin perder su fuerza, gracias a la intensidad con la que actores como Anne Hathaway expresan las emociones de sus personajes.