Revista Infancia

Los misterios de Dora

Por Pingüicas

Los misterios de Dora

Alguien por favor explíqueme por qué Dora logra tener toda la autoridad que yo nada más no logro tener con mis hijos. Sí, hablo de Dora… la Exploradora.

Dora dice: “¡Vamos… salten, salten, salten!” y ¿qué sucede? Mis hijos saltan, saltan, saltan. Dora dice: “¡Vamos…  aplaudan, aplaudan, aplaudan!” y ¡qué sucede? Mis hijos aplauden, aplauden, aplauden.

Yo digo: “¡Vamos… a lavarse los dientes!” y ¿qué sucede? Nada, nada, nada. Ni siquiera me funciona repetirlo tres veces con el mismo entusiasmo que ella. No señores, mis hijos se esperan hasta el regaño y entonces sí, con toda la flojera del mundo, (medio) obedecen.

Mi marido no soporta a Dora. Simplemente no entiende por qué es tan mandona. Tampoco entiende por qué es tan gritona. Yo también puedo ser mandona y gritona, pero nada más no logro tener el mismo efecto que ella sobre mis hijos.

A ver, ¿qué tiene Dora que yo no tenga? Digo, además de una cabezota demasiado grande.

Yo también tengo un Chango que me sigue a todas partes. No tiene botas, pero a final de cuentas es un chango, ¿no?

Los misterios de Dora

Y mi mochila… bueno, no es precisamente una mochila, pero deberían de ver mi bolsa. También es de rescate. Tengo kleenex; toallitas húmedas; gel antibacterial; curitas (de Princesas, Toy Story y Cars); árnica; un tupper con Cheerios para emergencias de hambre; y crayolas, carritos y pequeños dinosaurios para emergencias de aburrimiento. No es por nada, pero su “Mochila de Rescate” se queda corta con el contenido mi bolsa.

¿Entonces…?

Han de ser las canciones. Quizás si yo les canto todo el día…

Aunque no sé. Un día yo iba cantando en el coche, cuando Pablo, tratando de ser lo más sutil posible, me dijo:

―Mamá, ¿puedes cantar más quedito por favor? ¿Tal vez con la boquita cerrada?

No, no creo que cantar me funcione. A lo mejor lo que me hace falta es dominar el Spanglish

Sea lo que sea, ya sé lo que quiero ser de grande: quiero ser Dora la Exploradora (o al menos, quisiera que me compartiera sus secretos). Mientras tanto, seguiré intentando:

―¡Niños, vamos… duerman, duerman, duerman!


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