Queda poca gente tan ingenua como para creer que los premios insignia de las grandes editoriales se otorgan por los méritos de la obra. Por lo común, cuando el premiado es un autor de larga trayectoria y consolidado renombre, el galardón suele ser el caramelo con el que se atrae al sello al escritor o, si este ya publicaba en el grupo, un vano intento de transferir al certamen algo del prestigio y el relumbrón del galardonado. Si, por el contrario, el autor es joven y casi desconocido, sin duda alguna y sin excepción, el premio consiste en una ladina operación de mercadotecnia editorial.
Resulta evidente que Alfaguara ha pretendido hacer de Santiago Roncagliolo un nuevo Llosa, si bien, de momento, dista demasiado de alcanzar tan quimérica meta. Cuando me decanté por este título, tuve también en mis manos “Abril rojo”, la obra que le valió el premio Alfaguara, si bien preferí “Memorias de una dama” porque me sedujo la reseña de la contraportada. También, por qué no, influyó el hecho de que se tratara de la última obra del autor, circunstancia nada baladí cuando se trata de un novelista joven y, por tanto, en evolución.
El argumento del que parte la obra es prometedor, no lo negaré, y hubiera bastado para edificar una novela memorable, pero el autor lo echa a perder con unos personajes planos y superficiales, y una trama secundaria (él mismo confiesa en el libro que se trata de una argucia para sumar extensión al volumen) demasiado estirada y en la que se hace patente lo que alguna vez he denominado paradigma de la primera novela formulado por Auster en “Leviathan”: “un intento apenas velado de novelar la propia existencia”. Y la pirueta final, con la que pretende investir de credibilidad a la historia, resulta pueril y previsible.
Expuesto lo anterior, cabe preguntarse cuáles son los criterios que mueven a un emporio editorial a decidirse a apostar por un nuevo autor y pretender hacer de él una figura emergente de la literatura, enigma para el que no encuentro respuesta alguna y que, por el contrario, me induce a formularme una nueva cuestión: ¿lo saben acaso ellos?