Cuando era pequeño, mi madre solía decir que una persona acomedida y cortés cabía en cualquier lado. A donde quiera que íbamos el buenos días, por favor y gracias, eran ley inapelable a la hora de interactuar con otros; “que se diga que la educación que te estamos dando no ha sido en vano” repetía muy a menudo. A la par de estas enseñanzas, la invalidez que poseo para “tutear” a una persona mayor es un rasgo que me ha caracterizado casi toda mi vida, y ante la necedad de resistirme al vertiginoso cambio que identifica a las generaciones más recientes, muchas personas me cuestionan el porqué de mi anticuada forma de ser.
A mi muy particular punto de vista, la palabra “anticuado” puede definir un sin número de cosas como tendencias, ropa, música, moda, automóviles, restaurantes, bares, películas, romances, amistades, etc., pero los modales no entran ni tendrían que entrar en esta categoría jamás.
Día a día, sobre todo en las zonas urbanas, nos enfrentamos a un sistema en el que la individualidad es cargada a la espalda como una mochila saturada de egoísmo, en donde el primero yo, después yo y al final yo, se practica con tanta cotidianidad como si de un deporte local se tratase. El gesto amable ha pasado a ser símbolo de debilidad, y la parte preocupante de esta situación es que, cual virus mutante de película hollywoodesca, este sentimiento de apatía y aislamiento se contagia a una velocidad impresionante.
Como toda enfermedad, este virus en particular presenta un cuadro de síntomas con el que puede ser detectado fácilmente. La gente que lo padece por lo regular: se estaciona en doble fila sin importar que entorpezca la vialidad, en el rojo del semáforo obstruye el paso peatonal con la esperanza de aventajar de cualquier manera a los demás automovilistas que le preceden, inmediatamente después de subir al transporte público, acaparan los asientos situados junto al pasillo a costa de tener que moverse (casi a la fuerza) para que otro pueda ocupar el asiento de a lado, aprovechan la posición y necesidad de aquellos cuyo oficio es servir para aminorar su frustración y falta de intelecto por medio de humillaciones y actos desdeñosos, se autodenominan “astutos” por sacar provecho de la distracción de quienes con mucho esfuerzo compran o realizan sus productos.
Sería osado de mi parte afirmar que tengo una solución acertada para la escases de modales que desde tiempo atrás aqueja a nuestra sociedad, pero más descabellado sería decir que las buenas costumbres han muerto. Haciendo alusión a un viejo aunque no anticuado refrán que dice: Lo que bien se aprende jamás se olvida, me gustaría agregar de la misma forma que: Una buena educación hace a un buen ciudadano.
Reflexión final:
El buen funcionamiento de una sociedad se basa en los principios y la moral. La empatía con los demás o “ponerse en los zapatos del otro”, como vulgarmente decimos, nos permite coexistir de forma positiva y funcional. Saluda al pasar junto a otros o al subirte al transporte, cede el asiento a quien consideres lo necesita más que tú, conduce respetando las señales de tránsito y a otros automovilistas, regala una cordial sonrisa a un desconocido. Pequeños e inesperados gestos pueden hacer grandes cambios, y eso mi querid@ amig@, te lo puedo asegurar.