Revista Religión
I
Con cariño recordaba
y en su memoria añoraba
lo que te voy a contar:
Su primer traje campero
que su abuelo con esmero
se lo iba a regalar,
y su madre preparando
pá que no faltara “ná”.
Su padre ya había “montao”
la caseta en los Pajares
y las lonas “encargá”
y ese escalofrió por dentro
porque el día iba a llegar.
Los momentos que se fueron,
que se fueron para siempre
y que ya no volverán,
son los que nos va haciendo
Pastoreños de verdad.
II
Apenas si caminaba
y a su manera me hablaba:
Padre yo quiero un tambor.
Un sombrero y un cayado
en la madera “pintao”,
verde y blanco su color,
y los pellejos “tenzaos”
para que suene mejor.
Un palillo de avellano
que me talle con tus manos,
y el tiempo le de color
y lo hago pastoreño
lo mismo que lo soy yo.
Quiero llenar Cantillana
con el aire pastoreño
que le da el son del tambor,
y tocar “pá” mi Pastora
al compás del corazón.
III
Te doy gracias, Madre mía,
porque as “llenao” mi vida
cuando mi niña “nacio”.
Que semblante más bonito,
y que alegre sus pasitos
tan graciosa al caminar,
y sus manos chiquetitas
hacen palmas al compás.
Su medallita en el pecho,
una flor “prendía” en su pelo
y no para de cantar,
sevillanas pastoreñas
“aprendías” de escuchar.
Que contento está su padre
y que contenta su madre,
derraman felicidad,
porque han “dao” a Cantillana
una Pastoreña más.
IV
Desde que nací lo siento,
mi orgullo es ser pastoreño,
muero por mi devoción.
Me lo enseñaron mis padres
este cariño tan grande
y el tiempo me lo marcó,
por eso te llevo, Madre,
“metia” en el corazón.
Y este cariño sincero
que pasa del hijo al nieto,
en mi alma germinó,
y el orgullo pastoreño
en amor se convirtió.
Y aunque pasen muchos años
y ese que todo lo puede,
me llame a su vera un día,
yo siempre estaré orgulloso
de mi Pastora Divina.
Antonio Portillo Daza