Revista Cultura y Ocio
Ha costado pero ya podemos afirmar que Guisantito se duerme solo por las noches. Hace unos meses comenzamos la tarea y en pocos días, sin llantos ni malos rollos, logramos que se quedara cantando solo o dando vueltas hasta dormirse. La primera noche me costó más de 50 viajes a su habitación y similar número de visitas suyas a la mía. "Llámame si necesitas algo" y claro, se le ocurrieron mil cosas completamente necesarias para esa hora y media previa al sueño (su muñeco Triqui no se había lavado los dientes, el biberón solo estaba repleto hasta los bordes de agua, era necesario hacer tres pipís antes de dormir...). La segunda noche su padre pensó que era imposible que nuestra espalda no pidiera factura tras tantas subidas y bajadas de la cama. La tercera, a pesar de que el peque presumió de su poder de chantaje, muertos de risa lo vimos dormirse asumiendo que habíamos superado el difícil reto de la hora de dormir. De primeras su padre se quedaba leyendo en una habitación donde él pudiera verlo desde su cama. Después, vimos que no era necesario.
Desde hace un par de noches le hemos visto dar un paso más: nos pide que apaguemos la luz del pasillo para conciliar mejor el sueño. Tras temporadas de intenso miedo a los ruidos y una profunda obsesión por el lobo, creo que la búsqueda de la oscuridad es una batalla enorme de mi hijo a los grandes miedos de todos los niños. Realmente no hace muchos años que yo superé mis temores nocturnos y cuando duermo sola en la casa aún corro nerviosa por los pasillos encendiendo todas las luces posibles con el corazón en vilo. Algunos adultos creen que transmitir miedo a los niños es eficaz: los previenes de que el mal existe, los alertas de los posibles peligros venideros, pero para alguien que ha sido tan miedosa prefiero insuflar seguridad y alegría, no temor.
Decenas de variantes de cuentos con lobos buenos aparecieron en nuestras noches previas al sueño en la época del gran miedo al lobo. Una amiga me llegó a prestar un bonito libro que reseñaré aquí antes de devolvérselo sobre un lobo que aúlla porque está solo. Todo por ahuyentar su obsesión lobuna. Mi hijo no va a verse ante el peligro real de un lobo, ¿por qué entonces atemorizarle con ese animal? Ya lo iremos previniendo de otras posibilidades más factibles cuando sea necesario, igual que hemos hecho ya con los coches en las calzadas. Ahora lo que me preocupa es transmitirle alegría, creatividad y bondad, entre otras virtudes. La valentía procuro trabajarla siempre que presenta pequeños o grandes temores, dándole apoyo pero dejando que él solo los supere para después elogiar su logro. Pero, ¿miedo? ¿Para qué me sirve que mi hijo se vuelva un miedoso? Debo decir que el peque es miedoso de por sí, aunque intentamos cambiar ese adjetivo poco a poco por simple "precavido". ¿Para qué más temores?
El libro que hoy reseñamos fue Premio Hospital Sant Joan de Deu 2010 y tiene precisamente un título, "Quién tiene miedo", que recoge perfectamente el contenido de su historia. El pequeño protagonista ve cómo su madre le va presentando uno a uno los acompañantes nocturnos que reinan en la casa cuando todos duermen: el duende de los calcetines, el gigante atrapado, el fantasma del baño o el vigilante de las paredes. Quizá (junto a la ilustración) lo que más me gustó de este libro es la manera de dar vida a los temores de cualquier niño: el sumidero de la bañera (aún recuerdo cómo me sentaba siempre lejos de él a la hora del baño), los ruidos de las casas antiguas (es cierto que algunas paredes crujen, y no siempre por presencia de ratones), los secretos expectantes de debajo de las camas, armarios y sofás (¿quién no ha encogido el brazo al percibir que su mano estaba expuesta ante el gran temor del vacío underbed?). La madre va presentando estos seres con naturalidad, como si hubiera que respetar su intimidad o fueran un apoyo al niño, no un peligro.
El final de la historia, que no voy a desvelar, concluye cómo estos seres normalmente temidos se unen en defensa de la casa ante un peligro real. Es todo un hallazgo el arte con que Sergio Mora ilustra la historia de Pere Vilà i Barceló. Un aire a las pelis de serie B americanas, con vestuario y peinados perfectamente estudiados y un estilo retro en su forma de superponer el color a modo de impresiones y trazos compactos, llena de carácter propio unas tintas que parecen haber esperado años al sol hasta lograr el tono idóneo al texto. Llama la atención las peculiares guardas de este libro. Aún no he conseguido saber si es lima, lija o qué, pero su tacto sorprende y suma inquietud al acto de leerlo. Todo un puntazo de libro.