Hoy van dos post, pero es que el de esta mañana no cuenta, que solo pretendía informar sobre el nuevo enfoque del blog. En realidad, podría habérmelo ahorrado, por eso de no tener que dar explicaciones, pero iba a ser un cambio tan drástico que creo que merecía algún tipo de puente entre una parte y otra, por aquello de suavizar la transición.
Hoy hemos tenido las jornadas de puertas abiertas en la piscina. Todos los trimestres los padres podemos asistir a una clase para comprobar los avances de nuestros hijos y allá que hemos ido, todos apiñados en una pasarela, deseosos de ver las cabriolas de nuestros patitos en el agua. Bueno, en nuestro caso, un patito y un dothraki. Carlos ha nadado genial: de espaldas, a crol, con tabla, sin ella... Incluso se ha tirado de cabeza un par de veces y lo ha hecho bastante bien. Su estilo ha mejorado mucho y se le ve más seguro en el agua.
Marcos, en su línea. Lo primero que ha hecho es tirarse de bomba y luego se ha pasado el resto de la clase pasando de las indicaciones de la profesora, más interesado en salpicar lo más fuerte que podía que en mantenerse a flote. Además, ha usado el churro como si fuera una caña de pesca, golpeaba el agua con la tabla para salpicar al niño de al lado y ha estado a punto de tirar a otro de sus compañeros en un descuido. Hemos mejorado con respecto al año pasado: al menos ahora sale de la piscina cuando termina de hacer un largo sin necesidad de que el profesor le repita veinte veces que salga del agua.
Y, por si fuera poco, ha estado todo el tiempo jugando con las gafas de natación que estrenaba hoy. Antes no usaban, pero Carlos empezó a utilizarlas el trimestre pasado y Marcos quería unas. Dos meses pidiendo gafas y dos meses que yo me acordaba que tenía que comprarlas cuando ya estábamos en los vestuarios. Como Marcos se enfadaba, pues se turnaban para usarlas y luego Carlos iba explicándole a todo el mundo que solo tenían unas gafas y que cada semana las usaba uno. Así, a lo Oliver Twist. Y yo detrás aclarando que se me olvidaba comprarlas... Bueno, pues ya tienen gafas los dos y Marcos ha enredado con ellas toda la clase. La profesora ha debido ponérselas veinte veces, así que Marcos y ella han estado de lo más entretenidos.
Luego hemos vuelto a casa y se han comido cinco kilos de lasaña (o "saña" en lenguaje marquitiano). Ha sido mi forma de disculparme por haberles tenido un mes con comidas rápidas (sopas de brick, purés en la olla presión con cualquier cosa que hubiera en la nevera, pollo a la plancha, etc.) mientras terminaba la novela, pero como ayer envié por fin el manuscrito a mi editora, hoy he querido mimarles un poco. Se lo habían ganado.