Revista Cine
Hace tiempo, Simon Leys me cautivó con los ensayos recogidos en La felicidad de los pececillos, que recomendé aquí. No sabía si Los náufragos del “Batavia” (que lleva el subtítulo Anatomía de una masacre) me iba a interesar tanto, pero Álex Portero me lo recomendó con entusiasmo en Machado Libros y lo compré. Y, en efecto, se trata de una pequeña joya, capaz de sintetizar en algo menos de 90 páginas la historia de quienes naufragaron en 1629 cerca de Australia. Los supervivientes se refugiaron en las islas más próximas, y muchos de ellos fueron sometidos al régimen de terror del boticario del barco. Breve y fascinante, he aquí un ejemplo de su prosa:
Y era, efectivamente, una vida de una inimaginable brutalidad; el catálogo de sus horrores es interminable: la desagradable fetidez (a bordo del Batavia no había, para más de trescientas personas, más que cuatro letrinas, dos de ellas a cielo abierto y directamente barridas por el rocío del mar; sólo la élite de la gran cabina tenía derecho además a un servicio de orinales), la promiscuidad, la falta de aire y de espacio, la perpetua humedad, el calor, el frío, las ratas, los parásitos, la mugre (para economizar el agua dulce, los marineros se veían obligados a veces a lavar su ropa blanca con su propia orina), los víveres estropeados, enmohecidos o rebosantes de gusanos, el agua estancada, la grosería de los compañeros de a bordo, la ferocidad sádica de la disciplina, la amenaza perpetua y aterradora del escorbuto, que hinchaba y podría las carnes de sus víctimas, transformando éstas en cadáveres ambulantes antes incluso de rematarlas (a bordo de los navíos que hacían la ruta de Insulindia el escorbuto se llevaba una media de veinte a treinta hombres por viaje).
[Traducción de José Ramón Monreal]