La educación es un código moral y de conducta, pero no una cadena que obliga a ir por el buen camino
La escalofriante noticia de los niños asesinos ha horrorizado a la sociedad española (desgraciadamente hay países donde esto no es ni noticia), sorprendida de que chicos de trece o catorce años sean capaces de matar a sangre fría, sin dudarlo y con la ‘ventaja’ de saberse menores y, por tanto, inimputables o exentos de penas de cárcel. En primer lugar está la cuestión en torno a qué se puede hacer con estos asesinos adolescentes, pues existe el pensamiento de que no se les puede traumatizar de por vida encerrándolos aunque sea en correccionales de menores; sin embargo, casi con toda seguridad, la vida de estos individuos estará marcada para siempre, puesto que si no tienen remordimientos seguirán su carrera criminal y, llegados a la edad adulta, volverán a cometer delitos gravísimos, con lo que su existencia, seguramente corta, será casi siempre en prisión; y si algún día son asaltados por su conciencia, se horrorizarán y maldecirán a sí mismos al comprender la barbaridad que cometieron y el mal que causaron; es decir, en todo caso, tendrán una vida indeseable.Y en segundo lugar está la cuestión de la educación. No son pocos los ‘buenistas’ y fanáticos de la corrección política que sostienen que la culpa es de la sociedad, que no ha sabido educar a esos chicos. Así, se tiende a pensar que una buena educación acabará con la violencia y la maldad, sin embargo, es oportuno recordar que la educación es algo así como un código moral, una guía de conducta, no una cadena que obliga a ir por el buen camino. Nada de eso, como demuestra el hecho tantas veces repetido de hermanos que han vivido juntos y recibido idéntico trato y que se conducen de modo totalmente opuesto, uno dentro y otro fuera de la ley; además, la larga y triste historia de la criminalidad muestra que son abundantísimos los asesinos y criminales de la peor especie que tuvieron una formación correcta. Una cosa muy diferente es la ausencia de educación (como parece ser el caso de los sucesos en Bilbao), algo que, entonces sí, conduce invariablemente a la barbarie. Los actos de la persona, deseables o indeseable, son obra de cada uno, de la decisión que toma el individuo, no de qué es lo que tenían en casa o en clase en sus años de formación. Por eso, si la culpa fuera de la sociedad que no sabe educar, la mayoría de los que reciben esa ‘mala educación, serían criminales, y no es así, al revés, los casos de jóvenes asesinos constituyen un porcentaje estadísticamente despreciable, aunque espeluznantes desde un punto de vista humano. Igualmente, son muchísimos los casos de abyectos criminales procedentes de familias ‘normales’ que recibieron una educación ‘normal’ e idéntica a la de muchos compañeros de clase que jamás quitaron la vida a otra persona. Y es que una buena educación no es un seguro que garantiza de modo matemático la formación de buenas personas que siempre van a conducirse con arreglo a la ley. Por eso, la culpa es exclusiva de cada individuo, puesto que toda persona tiene la opción de elegir: matar o no, ayudar o no, robar o no, odiar o no, parar en el paso de peatones o no…; la educación le indica a cada persona qué es lo correcto, pero no asegura que en todos los casos esa persona vaya por el camino que su educación y su conciencia le señalan.En definitiva, pocas cosas hay más deseables que una buena, completa y equilibrada educación, ya que así se tendrá casi siempre la certeza de qué es lo correcto, lo cual no quiere decir que, llegado el momento, la persona actúe siguiendo los criterios que su formación le dice que son los correctos. Los chavales de 14, 15 ó 16 años son perfectamente dueños de sus actos, saben qué está bien y qué es un crimen castigado por la ley y por la moralidad, y si toman la decisión de matar es por su culpa, exclusivamente, no de su educación o de la sociedad.
CARLOS DEL RIEGO