Cuando nuestros adolescentes cometen delitos horribles debemos recordar al pediatra estadounidense Benjamin Spock, que con su libro de 1946 “Baby and Child Care” (El cuidado del bebé y del niño) creó la primera globalización internacional: la de la educación infantil y juvenil indulgente, casi sin reglas.
Que colaboró en la formación de seres como las dos chicas que asesinaron a otra para gozar de su agonía, el chico que mató a su profesor con unas tijeras, el que le retorció un cuchillo en el corazón a su profesora o los adolescentes que lincharon a sus dos cuidadores y dejaron a uno gravísimo.
Según Spock, estos depredadores jóvenes no eran malvados, sino victimas de la sociedad.
La teoría fue acogida con entusiasmo por pediatras y sicólogos que habían sufrido la dura disciplina fascista y comunista. A España llegó en el tardofranquismo y continúa aún hoy con leyes que protegen al agresor, no a la víctima, y con la corrección política que niega la perversidad humana.
Estamos bajo el dominio de esa pedagogía condescendiente, del educador coleguilla, que generalmente da buen resultado, pero que consigue que los malvados, en lugar de corregirse, empeoren.
Ya anciano, mundialmente famoso, autor de muchos libros y muy rico, Benjamin Spock renegó de sus ideas. Sus hijos revelaron entonces que como padre había sido un feroz dictador.
Ahora hay teorías educativas más racionales, no violentas, pero sin complejos, y ha llegado el momento de aplicarlas.
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