Título: Los niños de LemónizAutora: Estela Baz Editorial: Espasa Año de publicación: 2019Páginas: 488ISBN: 9788467055047
Han pasado casi ocho meses desde que publiqué la última reseña, El país escondido, de Martín Abrísketa. Por desgracia, la aventura de SER Lectores en Radio Pamplona Cadena SER Navarra no ha tenido continuidad, los de arriba han decidido que los libros no interesan, que con una temporada era suficiente.
Y después de 43 semanas compartiendo con los oyentes entrevistas, presentaciones, novedades y reseñas, el gusanillo me ha vuelto a picar y me apetece muchísimo retomar el blog. Eso sí, no prometo nada. El trabajo y los peques no me dejan mucho tiempo, así que reseñaré lo que pueda y, sobre todo, lo que quiera y cuando quiera. Nada de obligaciones. Cuando se publicó en enero Los niños de Lemóniz me llamó mucho la atención y tuve claro que antes o después lo leería. Y ahora por fin le ha llegado su turno. De lo único que me arrepiento es de no haberlo leído antes. El tema del terrorismo siempre me ha atraído, quizá porque durante mi infancia y adolescencia me tocó vivirlo más o menos de cerca. Cuando estudiaba segundo curso de ESO ETA asesinó al padre de nuestra profesora de Educación Física y algo así, con 14 años, no es fácil de asimilar ni, por supuesto, de olvidar. Después de leer Años lentos y Patria, ambos de Fernando Aramburu, me apetecía una nueva lectura sobre esta temática. Eso sí, desde mi punto de vista, las obras de Aramburu y la de Estela Baz no son comparables, pero sí igualmente recomendables. Los niños de Lemóniz está narrado por Ángela. Embarazada de su primer hijo, decide recopilar información, recortes de prensa, anécdotas y recuerdos de su infancia. Pero la suya no fue como la de cualquier niña. La conocemos con tres años y la acompañamos hasta los cinco. Paralelamente, cada uno de los 64 capítulos comienza con varios titulares de periódicos de 1978 a 1982, es decir, en el medio de los denominados años de plomo de ETA.Ella es uno de los muchos niños de padres amenazados por la banda terrorista. Pero su padre, David, no es político, tampoco militar, Guardia Civil o Policía Nacional. Tan solo es un ingeniero que está trabajando en la construcción de la central nuclear de Lemóniz. Tengo que confesar que antes de leer en agosto De entre el humo, de Xabier Gutiérrez, no conocía nada de esta central. No sabía la polémica que había suscitado en las instituciones y en los medios de comunicación, la campaña antinuclear y ecologista que había provocado ni que ETA había amenazado, perseguido, secuestrado o matado a algunos de sus trabajadores. Y eso es precisamente lo que nos narra la pequeña Ángela, cómo es su día a día y el de su familia en medio de las llamadas, las pintadas, las cartas y el miedo. Cómo, poco a poco, conforme se recrudece la ofensiva terrorista, también crece su soledad, su aislamiento. En la ikastola a la que acuden Ángela y su mejor amiga, Laura. En el barrio, en las tiendas por las que se mueven su madre Carmen y su vecina y amiga Isabel, la madre de Laura. En el trabajo de los padres, David y Lázaro. David, Carmen y sus hijos Ángela y Quique. Lázaro, Isabel y los pequeños Laura y Jorge. Son dos familias de clase media que viven en Zilgora, a medio camino entre Lemóniz y Bilbao. Pero su mundo poco a poco se va reduciendo, constriñendo, los va aplastando hasta dejarlos sin aire, sin esperanzas. La novela narra de forma magistral lo que tuvieron que sufrir y padecer las víctimas de ETA. Cómo se veían obligados a relacionarse en un círculo cada vez más pequeño, en el que todos eran víctimas. Porque sus compañeros de trabajo, sus amigos, sus vecinos, sus compañeros de clase, por convicción o por miedo, dejaron de hablarles. Y todo como si fuera un juego. Porque los padres querían por encima de todo preservar la infancia de sus hijos, su ignorancia, su inocencia. No coger el teléfono, cerrar a cal y canto puertas y ventanas, no poder ir al parque, a la ikastola o a clase de ballet por las continuas manifestaciones, asegurarse de que no había una bomba lapa en el coche, todo se vivía como un juego. Pero los niños no son tontos y, a su manera se enteran de todo. Eso es quizá lo que más me ha gustado de la novela. Cómo combina la crudeza del terrorismo con la dulzura de los niños. Estremecedor y tierno al mismo tiempo. Con capítulos cortos, se lee muy fácil y conforme crece el ambiente hostil, también lo hace nuestra empatía hacia esas familias luchadoras, valientes que solo querían proteger a los niños de Lemóniz. Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.