Cuando me paseo por los blogs de madres de niños pequeños, me doy cuenta de que estoy mayor.
Debería estar contando gracias y anécdotas de mis nietos, pero como no tengo nietos eso no es posible. Por otro lado, cada día tengo más miedo a perder los recuerdos. No entiendo porqué me ha entrado esta neura nueva, como si no tuviera suficiente con las de toda la vida.
El caso es que, aunque no quiera que hable de ella, la Niña ha sido siempre una fuente inagotable de anécdotas e historias de lo más variopintas, sobre todo cuando era pequeña.
La Niña era y es la típica niña guapa, muy guapa. Una pelirroja de ojos azules y piel que parece helado de vainilla, que enamora a todo el que está a su alrededor porque siempre está con la sonrisa en la boca. Ha sido su seña de identidad desde que nació y aún hoy día es así.
Tendría unos cinco años más ó menos y decidí ir con ella en Metro, porque a pesar de que eran muchas estaciones, no había que hacer transbordo.
Llegamos al vagón y nos sentamos ya que era cabecera de línea así que había asientos vacios. Enfrente de nosotros tomó asiento una mujer de mediana edad, que en aquellos tiempos me pareció una señora mayor. Desde mi perspectiva actual tendría unos 45 ó 50 años.
Sacó un libro y se puso a leer sin prestarnos ninguna atención. Nosotras nos sentamos y como el viaje iba a ser bastante largo, empezamos a jugar a las personas.
El juego de las personas es un juego que yo jugaba con mi madre de pequeña. El juego consiste en hablar como si no nos conociéramos y estuviéramos contándonos nuestra vida y milagros. Como marujeo es realmente divertido y como ejercicio de estimulación y logopedia es de las mejores técnicas que conozco. El logopeda de la Niña flipaba cómo se expresaba y como relacionaba conceptos. No sabía él a lo que nos dedicábamos nosotras en nuestros ratos libres.
El caso es que ese día empezamos a jugar como tantas y tantas veces.
-Hola, cómo te llamas.
-Yo me llamo Carmen. (No sé porque extraña razón siempre se llamaba Carmen. Ella no se llama así, pero yo llegué a la conclusión que le gustaba ese nombre)
-Yo Dolega.
-¿Ah, y tú qué haces?
-Yo soy pintora, pinto cuadros y luego los cuelgo en las paredes para que la gente los vea. ¿Y tú?
En este punto la mujer levantó los ojos y nos miró divertida al ver a lo que nos dedicábamos.
-Yo soy casada y tengo dos niños
-Ah que bien, yo también tengo dos niños. (en esa época era hija única, nuestro querido Niño no había llegado a nuestras vidas aún)
-¿Los tuyos lloran?
-Bueno si, de vez en cuando lloran.
-¿Tú eres casada?
-Sí, estoy casada. (recalcándole el verbo correcto)
-¿A ti te pegan?
En ese momento la mujer levanta la vista del libro y mira a la Niña con curiosidad y a mí. Yo también miro con curiosidad a la Niña.
-¡No! A mí no me pegan. ¿A ti te pegan?
-Si, a mi me pegan todos los días. Mi “madido” llega a casa muy enfadado y me pega y yo lloro así (y se tapa la cara con las manos y empieza a hacer como que llora) ¡¡Hay, hay, hay!!
Yo empiezo a flipar en colores y la mujer ha levantado los ojos del libro y me empieza a mirar con pena.
-¿Pero como te pega el marido?
Le digo totalmente sorprendida por sus palabras e intentando hacer memoria de dónde ha podido ver ella una escena semejante. Hago un rápido recuento de la tele, los programas, las series…
-Si, a mí y a los hijitos. Llega del despacho y dice que le duele la cabeza y nos pega a todos y lloramos todos así (Y vuelve a escenificar el llanto ahora con movimiento de hombros incluido) ¡¡Hay, hay, hay!!!
En mi casa la palabra “despacho” no se ha utilizado nunca, básicamente porque es una palabra que no está dentro de nuestro vocabulario y muchísimo menos en aquella época , así que empecé a pensar que eso no se lo podía estar inventando. Tenía que ser que se lo había oído a alguien.
-¿Pero eso a quien se lo has oído? Digo yo ya fuera de todo juego posible. Mientras, la mujer ya ha dejado de leer y nos mira con una lástima al borde del llanto a la niña y a mí.
-No entiendo donde ha podido oír semejante cosa.
Digo dirigiéndome a la mujer que asiente con la cabeza como diciendo “Ya, mujer que vas a decir tú” pero con cara de darle todo tipo de credibilidad a la jodía niña.
-¡¡Y yo lloro mucho y él abre el maletín y dice ahhh me duele, me duele y zas me pega y zas me pega!!!
Para decir todo esto se ha bajado del asiento y lo ha escenificado con sus brazos. Se le han movido las coletas de sus giros de cabeza haciendo el ademán de recibir bofetadas y el tono de voz ya ha subido bastantes decibelios, así que ya empezamos a ser motivo de atención de los viajeros de alrededor.
Yo la cojo, la acomodo en el asiento e intento poner un poco de cordura a todo aquello. No dejo de pensar quién puede ser la fuente de semejante historia. Siempre se ha dicho que los niños recrean lo que viven y yo juro que el Consorte no me ha pegado jamás ni de broma. Además ese tipo de bromas nunca las hemos tenido en casa.
En ese momento el metro va a hacer una parada y nuestra vecina se levanta para marcharse. Le pasa la mano por las coletas a la Niña con una pena infinita y a mí me mira como queriendo transmitirme todo el ánimo del mundo.
-No aguantes eso hija, coge a tus hijos y vete. ¡Vete lejos!
-Señora, yo le aseguro que no sé de donde se ha sacado la niña esta historia, porque yo no aguanto, no ya que me peguen, ¡ni un mal amago!
Le digo con una amplia sonrisa para que se quede tranquila, pero ella ha decidido que la niña habla por boca de lo vivido así que me mira comprensivamente y asiente con la cabeza de manera triste.
-Bueno hija, tú verás.
Y se marchó después de decirle adiós con la mano a la jodía Niña que se despedía de ella con una de sus encantadoras sonrisas.
-Mis hijitos van al cole por la noche.
-¡Se acabó el juego por hoy!