En este blog ya había advertido del fenómeno que titula la entrada. Siempre que los padres me dicen que come muy mal o han de luchar para que coma, inmediatamente les pregunto ¿se duerme bien y/o no da problemas por la noche? La respuesta suele coincidir; los remolones para comer lo suelen ser también para irse a dormir.
El insomnio por comportamiento (behavioral insomnia) es muy frecuente (entre el 6 y el 30% de los niños entre 6 y 36 meses) se llama así al que tiene dificultades para dormir, no se quiere ir adormir o permanece despierto reclamando a los padres. Es debido a unos malos hábitos al acostarse promovidos por los padres que siguen las “órdenes de sus hijos”. En esta interacción anormal entre padres e hijo intervienen el temperamento del niño y el estilo de autoridad paterno. Si la “batalla” para acostarse dura tiempo el niño se acuesta más tarde y todos están de peor humor al día siguiente al estar más cansados por haber pasado una mala noche. Es frecuente que el niño se despierte por la noche y vaya a la habitación de los padres y se meta en su cama.
Las dificultades para que el niño coma lo adecuado y a su hora varían desde motivos justificados por padecer un retraso mental o trastornos psicológicos graves hasta los más habituales como escaso apetito constitucional, picoteo entre comidas, selección de alimentos, alargamiento de tiempo para comer, rechazo a comer si no se le distrae, negarse a comer solo y otros muchos. Todas estas dificultades se dan en más de un tercio de los niños menores de 5 años.
Ambos fenómenos, la dificultad para dormir y para comer en el mismo niño y en la misma familia no se había demostrado científicamente hasta la aparición de esta investigación de unos pediatras de Israel. Alrededor del 30% de los niños tenían ambos problemas. Las razones para explicar la asociación la detallan en su publicación pero es evidente que la actitud de los padres frente a estas situaciones parece mostrar que no están seguros de sí mismos ni de su forma de actuar.