Primero lo hicieron para castigar a las mujeres rojas. Eran los años cuarenta y había “familias de bien” que no tenían hijos y por otro lado mujeres solteras, rojas o “delincuentes” –en definitiva que habían perdido la guerra-- que, según el régimen no tenía capacidad moral para educar a sus hijos. La solución, dárselos a una familia “cristiana” para su cuidado y educación. Así, no sólo se alejaría al niño del mal, sino que “se le educaría en la Verdad, para su bien y su salvación eterna”.
Hoy, se ha destapado, gracias a Anadir (Asociación Nacional de Afectados por Adopciones Irregulares), un grave problema que se sabía que existía pero del que nadie, colectivamente, se había preocupado hasta hace poco. La cuestión surgió en los años cuarenta, hasta hace veinte años.
Antonio Barroso, nacido en 1969, fundó la asociación al enterarse de que su partida de nacimiento había sido falsificada. Hoy Anadir cuenta con centenares de afiliados.
Hijo, estoy aquí, y me han dicho que has muerto, pero te siento. Te siento y no me pueden engañar. En este hospital hay algo raro. Hablan médico y enfermera, cuchichean, lo hacen en voz baja no quieren que les oiga. Pero yo te siento. Te llevo dentro desde hace meses.
Parece claro que empezó como una represión a los rojos para terminar como una mafia organizada, donde algunos médicos, enfermeros, funcionarios, monjas y sacerdotes participaron. La venta de niños empezó por razones políticas y, continuó, por razones económicas.
Me dicen que son contracciones. Y grito, porque te noto, me golpeas, quieres salir, y me siguen diciendo que estás muerto. Esto es una pesadilla.
Esta tragedia, según la propia Anadir, puede llegar a afectar a 300.000 casos. Hay, de momento, una denuncia presentada en la Fiscalía General del Estado por el posible robo de 261 niños.
Tengo 25 años, pero estoy perdiendo las fuerzas. Es verano, hace mucho calor. Me duele el alma, y mi cuerpo no resiste, me duermo.
Dicha denuncia incluye partidas de nacimiento falsificadas, pruebas de ADN de afectados, declaraciones de padres que revelan la compra de niños y testimonios de enfermeras o enterradores que ratifican los hechos.
Cuando me despierto, me están llevando, corriendo, en una camilla, de vuelta a la habitación. Y si, me confirman que mi niña estaba muerta desde hacía dos o tres días. No me dejan verla, dicen que está desfigurada.
Desde la misma asociación se reclama también al Gobierno la creación de un banco de ADN para poder cruzar los datos de los denunciantes. Ésta debería ser una prueba concluyente en el proceso.
Hoy, recuerdo que nadie vio el cuerpo, nadie asistió al sepelio, nadie sabe dónde está enterrada aquella niña. Todo lo que tengo es una tarjeta azul y una factura de una funeraria. Las circunstancias me jugaron una mala pasada.
Hay material y pruebas suficientes para que se abra una investigación seria y se puedan verificar los hechos. ¿Se abrirá o tendremos que soportar que esta ignominia quede sepultada?
¿Es tarde, o no? Me reprocho no haberla visto muerta. Ahora me ha quedado la duda. ¿Y si viviera? ¿Qué haría? ¿Qué le diría? ¿No sabría por dónde empezar? ¿Cómo llenar ese vacío de toda la vida? Me temo que pagaré con esta zozobra el resto de mi vida.
La ley de la Memoria Histórica no dice nada al respecto. Esa ley coja que ha servido para poco, salvo para defenestrar al único juez que ha procurado desenterrar la verdad. La verdad y los muertos de las cunetas.
El robo durante el franquismo parece entrar dentro de la lógica de un régimen cruel, vergonzoso y de inspiración fascista. Sin embargo, que estos hechos hayan durado quince años más y se haya mantenido un silencio cómplice es de gran preocupación y apuntala la tesis de que el franquismo, convertido en mafia de poder con intereses económicos –no olvidemos que se compraban y vendían los niños--, se ha mantenido después de la muerte del dictador.